Historia del Comercio

Historia del Comercio en España en España

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El comercio (trade en inglés) es un conjunto de actividades de compra y venta, y de canje de productos naturales o industriales con el objetivo de conectar la producción con el consumo o la inversión.

Se puede encontrar el origen de la actividad comercial en los pueblos más antiguos de Oriente. En el Mediterráneo, tuvo una gran expansión con los fenicios, los griegos y los romanos, a la que siguió un paréntesis en tiempos de la dominación árabe. A partir del siglo XI, es remarcable la actividad de los mercaderes italianos, que enriquecieron la práctica comercial con el crédito y la sociedad por acciones, y más tarde la de los catalanes.

Con el descubrimiento de América las vías de comunicación se amplían hacia el Atlántico, y Sevilla y Lisboa se convierten en centros comerciales de mayor importancia. Posteriormente, los líderes del comercio colonial (Inglaterra, Holanda, Francia y Portugal, sobre todo) modifican, en la línea del libre cambio y después de la revolución industrial, sus sistemas de relación mercantil al establecer industrias en los países colonizados, caracterizados por la condición de préstamo económico.

La importancia creciente del comercio, en nuestro tiempo, se hace patente con el incremento que, por ejemplo, han experimentado las importaciones (aproximadamente se ha triplicado el volumen desde el fin de la Segunda Guerra Mundial), incremento superior al que ha experimentado la producción global mundial. De entre los diversos tipos de comercio hay que señalar el comercio al por menor, relativo a volúmenes pequeños de productos de uso inmediato (cuyo precio es normalmente afectado por la interferencia de minoristas), y el comercio al por mayor, consistente en el intercambio de productos en cantidades muy grandes para repartirlos, posteriormente, en volúmenes más reducidos. Más importante es la distinción entre comercio de importación , que se refiere a la compra de productos extranjeros por parte de un estado, y comercio de exportación, relativo a la venta de productos nacionales en el extranjero. Ambos tipos de comercio pertenecen tanto al comercio exterior como al internacional y se contraponen al comercio interior, de acuerdo con la distinción fundamental establecida en economía política.

El comercio exterior, según la economía política, corresponde a las transacciones de un estado con otros y a las repercusiones que tienen las variaciones que experimentan; el comercio interior, por el contrario, es el efectuado entre los diversos centros productivos de un mismo estado. El comercio internacional analiza los intercambios comerciales entre dos o más estados y los procesos de ajuste que hay para compensar las variaciones de compra y venta. Contrariamente al comercio interior, el de importación y exportación es hecho en un medio heterogéneo (con diversidad monetaria, arancelaria y jurídica). Los estados regulan el comercio exterior grabando, con derecho de entrada, las importaciones y a veces establecen cifras máximas de exportación durante periodos concretos. En algunos lugares, el estado monopoliza el comercio exterior y establece una única sociedad nacional para transacciones con el extranjero.

Entre los estados hay también varios tipos de acuerdos comerciales (tratado comercial).

El capitalismo comercial dio lugar en los siglos XVI y XVII a unos rudimentos métodos de pensamiento económico muy ligado a los comerciantes ya sus intereses: los arbitristas y luego los mercantilistas vieron en el comercio exterior la fuente de toda riqueza y, en el comercio interior, un cambio en la riqueza relativa de los individuos.

Durante el siglo XVIII, los fisiócratas cambiaron radicalmente, al considerar la producción base de toda riqueza, y tanto para ellos como, más adelante, para los economistas clásicos y para Marx, el comercio era una actividad no productiva. Marx definió el comercio en un sentido muy estricto, con la exclusión del transporte y del almacenamiento, que consideró incluidos en la producción. Por el contrario, creyó que el comercio no añadía nada al total de los valores producidos y que, por tanto, el trabajo incorporado en el comercio era trabajo improductivo.

Los economistas neoclásicos, por el contrario, consideraron el comercio como una parte de la producción, al creer que el valor de los productos era aumentado por el margen comercial (diferencia entre el precio de compra y el de venta del comerciante). El comercio, sin embargo, ha sido muy poco estudiado, y en el desarrollo de la teoría de la producción y de los precios se considera que los bienes producidos pasan directamente al consumidor o bien que el comercio es analíticamente neutro.

Actualmente, las contabilidades nacionales de los Estados capitalistas incluyen en el comercio las siguientes actividades: compra, selección, elaboración y empaque, transporte, almacenamiento, publicidad, financiación y estudios de mercado. El transporte excluido del cálculo, el comercio representa entre el 6% y el 20% del PIB en la mayoría de los estados. Estos porcentajes son siempre positivos en relación, aunque no muy fuertemente, con el PIB por habitante.

Con el capitalismo monopolista, el comerciante independiente tiende a desaparecer debido a la concentración vertical, de que las grandes empresas compran y venden por su cuenta y de la necesidad actual de técnicas de venta. Esto ha producido un crecimiento desproporcionado de la esfera distributiva, con importantes implicaciones sociales (comercialización). En los países desarrollados, se ha visto que la población y la oferta de bienes han crecido en los últimos años, pero ha habido una reducción en números absolutos y una concentración progresiva del aparato comercial. Los estudios sobre el comercio interior han llevado a delimitar las áreas comerciales (área comercial) y a buscar el óptimo de las unidades comerciales. En este punto tiene una importancia especial el estudio del comercio alimentario (casi el 50% del total).

El comercio en el este de la Península

En los Países Catalanes, como la mayoría de los países europeos, el gran comercio medieval fue marítimo. Inicialmente de ámbito mediterráneo, se expandió más tarde por el lado atlántico, a raíz del establecimiento en Brujas de una colonia catalana, hacia el 1330. Rápidamente fueron adoptados los progresos técnicos, jurídicos y económicos, como la letra de cambio, alcanzados por florentinos y genoveses, al tiempo que reglamentaciones barcelonesas de seguros (1435-84) (ver más sobre el seguro marítimo de mercancías) influyeron sobre las normas adoptadas por varias ciudades europeas.

Para el cambio marítimo se estableció varias ordenanzas en Barcelona, ​​a lo largo del siglo XV. Las compañías mercantiles proliferaron y complicaron su organización. El esplendor de los palcos refleja la vitalidad de la actividad comercial, y ya hacia el siglo XV apareció, para conectar compradores y vendedores, el corredor de oreja. El cónsul, originariamente un delegado por el poder real a bordo de una nave o en una flota, se situó, ya desde el siglo XIII, permanentemente a los puertos extranjeros como autoridad delegada, con funciones judiciales, fiscales y diplomáticas, mientras que el consulado de mar, radicado en los puertos del territorio metropolitano, devenía a la vez corporación profesional de la gente de mar (mercaderes y navegantes) y tribunal especial del comercio marítimo. En general este descansó, en buena parte, en los portulanos, muchos de ellos hechos por judíos mallorquines, mapas donde, por primera vez, eran indicados y precisados ​​todos los puertos visitados por los comerciantes.

Los principales productos exportados en este período fueron los comestibles (vino, miel, frutos secos, aceite y tocino, arroz, azafrán, sal), los textiles (trapos y cordajes para barcos, del Principado; paños económicos y fibras textiles -llana, seda, esparto-, del País Valenciano; tejidos de calidad, del Rosellón) y otros productos (cuero, hierro, coral, cerámica). Se importaba los metales (plomo y cobre, de los Balcanes; estaño, de Inglaterra), tintes, algodón, lana, tejidos de lujo (de Flandes, de Francia, etc) y trigo (de Sicilia, sobre todo). Las especies llegadas de Oriente eran redistribuidas por toda Europa desde los Países Catalanes, hasta el declive causado por la competencia francesa, hacia el 1430. También fue importantísimo el comercio de esclavos procedentes de Barbaria y, especialmente entre 1380 y el 1440, de Europa oriental y de Oriente Próximo, desde Albania y Rusia hasta Armenia.

A partir de finales del siglo XV el comercio catalán decayó, debido, en parte, a los conflictos internos y a la pérdida de la orientación política propia, y tendió a reducirse al ámbito mediterráneo, entre Sicilia y Cádiz (en 1539 desapareció el último cónsul catalán en Levante, el de Alejandría). A partir del 1528, por el pacto entre Carlos V y Andrea Doria, Barcelona permaneció sometida al predominio de Génova. Se intentó obtener posiciones en el Atlántico, pero la primera petición fue rechazada (1522), como lo fue en las cortes de Monzón (1534) la de establecer un cónsul de catalanes en Sevilla. Entonces se intensificó la participación catalana en los mercados de Castilla, proveedores de América, tráfico que reavivó indirectamente el interior del país.

En el siglo XVII, el comercio marítimo barcelonés fue dominado en buena parte por franceses y genoveses, y en el siglo XVIII, tras el breve paréntesis favorable del gobierno del rey archiduque Carlos III (1705-11), el régimen borbónico modificó profundamente la estructura comercial en los Países Catalanes: en Barcelona el decreto de Nueva Planta respetó nominalmente el consulado de mar, pero confiscó las rentas hasta el 1728 y el edificio de la Lonja, y suprimió el cuerpo de mercaderes matriculados y el Consejo de Veinte. En Valencia, el consulado de mar fue suprimido y no reapareció hasta el año 1762.

Por otra parte, el nuevo régimen suprimió parcialmente las aduanas (ver su definición; pero esencialmente es una oficina pública encargada del registro de los bienes importados o exportados y del cobro de los tributos correspondientes; ver despacho de aduana y Organización Mundial de Aduanas) interiores de la península, lo suficiente para estimular el comercio catalán hacia un nuevo objetivo: la explotación del mercado de Castilla y de sus dominios y poder asegurarse su exclusividad mediante la protección arancelaria (ver proteccionismo). Asimismo se incrementó las peticiones de autorización para comerciar con América, que dieron fruto finalmente en 1755 al ser permitida la creación de la Compañía de Comercio de Barcelona.

Las gestiones para restablecer el pleno funcionamiento de los organismos comerciales catalanes alcanzaron (1758) la reconstitución del cuerpo de comerciantes matriculados, o cuerpo de comercio, la reorganización del Consolat de Mar de Barcelona y la creación de la Junta de Comercio de Barcelona. Abolido el monopolio de Cádiz (1765), Alicante, Valencia y Barcelona pudieran comerciar con algunas posesiones americanas de la corona castellana. En 1778, finalmente, se estableció el libre comercio con América.

La guerra de la Independencia interrumpió en buena parte la actividad comercial en los Países Catalanes; la Junta de Comercio, último organismo autónomo de los Países Catalanes, salió debilitada, ya ante el unitarismo creciente del estado español fue perdiendo atribuciones hasta la promulgación (1829) del codigo de comercio español, que abolió los consulados de mar y unificó para todo el estado los organismos comerciales, asimilándolos a los de Castilla.

Comunicaciones, Comercio, Navegación en la Legislación Histórica de España

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Comunicaciones, Comercio, Navegación en la Legislación Histórica de España

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Comunicaciones, Comercio, Navegación: Reseña Histórica

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