La Española

La Española en España

Aquí se ofrecen, respecto al derecho español, referencias cruzadas, comentarios y análisis sobre La Española. [aioseo_breadcrumbs]

Historia de La Española en Relación a Historia

En este contexto, a efectos históricos puede ser de interés lo siguiente: [1] La isla llamada La Española por Cristóbal Colón comprende las actuales repúblicas de Haití y Dominicana. Sus primitivos habitantes la denominaron Quisqueya o Haití, Babeque y Bohío. Estaba poblada por los taínos, agrícolas y neolíticos, que se extendían por el valle del Cibao y la costa del Sur; los macorixes o ciguayos, que ocupaban en el Norte la península de Samaná, llamaron mucho la atención a Colón (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), por parecerles distintos de los otros que había conocido en la isla. Las Casas (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), en su Apologética Historia, dice que estos indios tenían su provincia junto al golfo de las Flechas, con Mayabonex como cacique, y en Historia de las Indias de nuevo los menciona haciendo constar su diferencia con los otros aborígenes por el uso de «cabellos muy luengos, como en nuestra Castilla las mujeres» y de arcos «grandes como los de Inglaterra», así como de «un lenguaje extraño, cuasi bárbaro, porque eran estas lenguas diversas entre sí y diferentes de la general de la isla».
El número de habitantes no es fácil precisarlo debido a las exageradas cifras que han dado ciertos historiadores; algunos opinan que superaban el medio millón. Habitaban en chozas de base rectangular y techo a dos aguas llamadas bohíos, y en otras de base circular y techumbre cónica denominadas caneys. El ajuar interior era muy elemental; se reducía a hamacas para dormir y algún banquillo para sentarse.
La primitiva economía de estos pueblos se limitaba a cultivos de maíz, yuca (empleada para la fabricación del casabe), batata, algodón y tabaco; estos dos últimos eran de capital importancia, ya que con el primero tejían, aunque desconocemos la técnica, las hamacas, las redes y las pocas piezas que componían su vestuario. El tabaco se usaba en ritos medicinales y religiosos, aspirándolo en polvo por la nariz o fumándolo en hojas enrolladas. Practicaban la caza, aunque en la isla no existían grandes animales de carne; disponían sólo de algunos pequeños como las jutías, el agutí y el perro mudo; la dieta se completaba con iguanas y murciélagos. Sin embargo, en la pesca eran muy diestros; utilizaban para ella, según relata Oviedo, los más variados sistemas: calabaza, rémora, disfraz con ramajes, redes, anzuelos y arpones.
Andaban semidesnudos con sólo una especie de corto brial sujeto a la cintura. En las grandes ceremonias, algunos jefes usaban en torno a las caderas una especie de cinto ancho o sayo, confeccionado con plumas de colores, tejidas o de algodón con huesecillos y escamas de pescado. Las mujeres llevaban faldas cortas de algodón llamadas naguas y las solteras sólo se cubrían con un pequeño delantal del mismo material y forma de hoja de naranjo. Las enseñanzas y tradiciones se conservaban y transmitían por medio de cantos y bailes rituales que los taínos llamaban areitos y que solían ir acompañados musicalmente por el sonido de toscos tamboriles, silbatos y flautas de caña, brazaletes y maracas. Nada o poco sabemos de la letra de los cánticos populares, y sólo tenemos las noticias que de ellos da Oviedo: el director, llamado «tequina», recitaba cantando, con voz moderada, improvisadas estrofas a las que el grupo, a coro, respondía en tono más alto.
De lo que se refiere a su vida espiritual se tienen noticias por el religioso fray Román Pané, que por orden de Colón indagó sobre las creencias de este pueblo, y por los misioneros que más tarde pasaron por la isla, si bien no poseemos, a pesar de ello, una visión clara. Parece ser que no tuvieron verdadero concepto de un ser supremo; admitían la inmortalidad del alma, y su animismo religioso se inclinaba más hacia el culto de los malos espíritus que al de los buenos. Centraban todas sus creencias religiosas en el turey (cielo), donde residía Louquo, aunque también rendían culto a los antepasados y veneraban cráneos y huesos humanos (cemiísmo). La sociedad tuvo caracteres matriarcales y era colectivista. La tierra no constituía propiedad individual y sí del grupo. El cacicazgo lo heredaba el hijo de la hermana mayor del cacique, siguiéndose la línea femenina; pudiendo ser este cargo desempeñado entre los taínos por la mujer. El ejemplo más clásico de este tipo fue Anacaona, cacica de Jaragua. Asimismo, a cargo de la mujer estaban las artes útiles, la cestería, el hilado de algodón y la fabricación del cazabe y tenían una activa participación en los bateyes o juegos de pelota y en los areitos o danzas rituales.
A la llegada de los españoles, la isla estaba divida en cinco grandes cacicazgos, con la siguiente denominación: Marién, gobernado por Guacanágarix; Maguaá, por Guarionex; Higüey, por Cayacoa; Maguana, por Caonabó y Jaragua, por Bohechío.
1. Descubrimiento y conquista. El 24 dic. 1492, la flotilla mandada por Cristóbal Colón llegaba a las costas de una isla mucho mayor que las descubiertas a partir de su encuentro con el Nuevo Mundo (12 de octubre) y con unos atractivos naturales que, a simple vista, hicieron ver a los arriesgados navegantes que arribaban a una tierra excepcional y más promisoria. Fue Pinzón (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) quien, adelantándose con su navío, tocó primero en el lugar denominado Quisqueya, al que Colón cambió su nombre por el de Hispaniola o Española. La arribada de este último fue un tanto accidentada, encallando en un banco de coral en la tranquila noche del día 25. Este accidente, sufrido por la Santa María, embarcación pesada y poco apta, motivó en cierto modo el establecimiento de la primera población española en América. No era posible recoger toda su tripulación en la otra nave, La Niña, y se creyó más conveniente verificar un asentamiento para el que se aprovecharon los elementos de la nave siniestrada. La población indígena, pacífica y maravillada de sus inesperados huéspedes, contribuyó a la evacuación de la nave y construcción del fuerte. De esta forma surgió La Navidad, cuyo mando se encomendó a Diego de Arana, bajo la protección del cacique indígena Guacanagarix. Con este acontecimiento finalizó la primera expedición descubridora de América y fue el inicio de las grandes realizaciones posteriores.
En el segundo viaje, las naves de Colón, tras avistar la región del Samaná, al norte, recalaron (28 nov. 1493) en el puerto de La Navidad. El espectáculo que apareció ante los ojos del almirante era desolador, pues del fuerte sólo quedaban las ruinas y en sus inmediaciones se encontraban los cadáveres de los hombres de la guarnición. Se indagó el motivo de lo que había ocurrido entre los indígenas y se sospechó en una traición de los caciques Guacanagarix y Caonabó, aunque también había indicios de que los acontecimientos se habían desarrollado por la actitud provocadora de los hombres dé la guarnición que se habían dividido en facciones, dedicándose sus miembros al pillaje y a la toma de mujeres indígenas, con la natural molestia de los indios. El Dr. Chanca dice que Colón «no sabía qué hacer» y, tras deliberar, «acordó… tornásemos por la costa arriba por do habíamos venido de Castilla, porque la nueva del oro era fasta allí». Puso rumbo al E y, cerca del puerto de Gracia, en «un llano, que estaba junto a una peña bien aparejada para edificar en ella una fortaleza», fundó (6 en. 1494) la primera población española permanente en las Indias, a la que dio el nombre de La Isabela, en memoria de la reina. Pronto se dieron órdenes para la construcción de los edificios de más urgente necesidad: una iglesia, un hospital, una casa fuerte para morada del almirante, al mismo tiempo que se iniciaban los trabajos del trazado de calles y plazas y reparto de solares, poniendo todos tanto interés que hasta los hidalgos trabajaron en la empresa. Poco después, el P. Boyl y 12 sacerdotes que le acompañaban celebraban allí la primera Misa en tierra americana.
Cristóbal Colón envió poco después dos expediciones, una mandada por Alonso de Ojeda (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) hacia el valle del Cibao, y la otra con rumbo al E, bajo las órdenes de Ginés de Gorvalán. Las informaciones que ambos suministraron acerca de las riquezas y la hospitalidad de los habitantes de aquellas tierras fueron excelentes; noticias que hizo llegar a España por el conducto de Antonio Torres, que partió con nueve barcos cargados de madera, algún oro y 500 esclavos. Para la administración del gobierno del primer municipio hispano en el Nuevo Mundo, se constituyó una junta de Gobierno de la que formaban parte el P. Boyl y mosén Pedro Margarit, encargado este último , de la conquista y pacificación de la isla, mientras Colón salía a la busca de la corte del Gran Khan.
Muy pronto surgieron los primeros problemas indianos. El cargamento de esclavos que condujo Antonio Torres a España fue considerado un acto totalmente improcedente y causó una deplorable impresión en una corte en la que Talavera y Cisneros exponían puntos de vista completamente distintos al establecimiento del tráfico esclavista. La impericia gubernamental de Cristóbal Colón, al fijar a los indios un tributo en oro, le trajo serias complicaciones, pues éstos, además de negarse a tributar, no trabajaban y huían a los montes. La tensión aumentó aún más, cuando el P. Boyl y mosén Pedro Margarit, tomando partido, se rebelaron contra la autoridad de Diego Colón (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) y se marcharon a España en las naves en que había llegado Bartolomé, el hermano del almirante, y expusieron a su llegada a la corte que éste presionaba a los pobladores privándolos de alimentos y dándoles castigos que llegaban incluso a la horca.
La situación en La Isabela, por tanto, adquiría características similares a la de la antigua Navidad, pues los indios, conscientes del malestar interno de los españoles, fueron perdiendo el miedo y aumentaron su fuerza mediante la alianza de cacicazgos, obligando a los hispanos a huir y refugiarse en el interior, mientras realizaban en esta fuga toda clase de pillajes. Al regresar de su viaje el almirante y tras conocer la crítica situación por la que pasaba la isla, tuvo la alarmante noticia de que en la fortaleza de Santo Tomás de Jánaco, fundación realizada por el propio Colón en 1494, se encontraba sitiado el hábil y bizarro Alonso de Ojeda por las huestes que capitaneaban los caciques Caonabó y Guarionex. Inmediatamente salió con fuerzas y levantó el sitio, obtuvo la sumisión de Guarionex y fundó la fortaleza de Concepción. Sin embargo, el indómito Caonabó, que personificaba el heroísmo de su raza, hostilizó de nuevo la fortaleza de Santo Tomás y obligó a Colón a salir de nuevo a campaña y librar la batalla de La Vega del Real (25 mar. 1495).
Alonso de Ojeda, para eliminar el peligro constante que significaba Caonabó, concibió el plan de hacerle preso, y hallándolo un día bañándose en un río, ofrecióle un par de grillos que el cacique ajustó a sus piernas creyéndolo un símbolo de autoridad o pulseras de adorno, instante que aprovechó Ojeda para conducirlo a lomos de su caballo como trofeo de guerra, ante la atónita hueste española. Tras estos acontecimientos, llegó a La E. (noviembre 1495) un hombre llamado Juan de Aguado con el carácter de comisario regio y con la misión de investigar los informes que acerca del almirante habían llevado a la corte el P. Boy1 y Margarit. La actitud con que Aguado comenzó a ejercer sus funciones (llegó pregonando franquicias) bastó para que Cristóbal Colón decidiera marchar a Castilla con la intención de aclarar la tensa situación (10 mar. 1496), y dejó a su hermano Bartolomé como adelantado y a Diego como su sustituto. El primer paso que dio el adelantado, al hacerse cargo del gobierno insular, fue la organización y explotación de las minas de oro de la margen izquierda del río Haina, ordenando la construcción de la fortaleza de La Buenaventura. Puso después la primera piedra de Nueva Isabela (Santo Domingo de Guzmán), fundó Santiago de los Caballeros y sofocó rebeliones de los indígenas, demostrando así sus dotes de gobernante.
Francisco Roldán, llamado por Pedro Mártir «Roldanus quemdam Ximenum facinorosum…», designado alcalde mayor de la isla por Colón, no acogió de buen grado su subordinación a los otros dos hermanos. A él se unieron otros descontentos y asaltaron La Isabela (1498), ya en plena decadencia, saqueando los almacenes del Estado y declarándose en abierta rebelión contra la autoridad. Su actitud envalentonó a los indios para una nueva insurrección, que Bartolomé Colón reprimió duramente. A raíz de estos hechos, y después de dos años de ausencia de la isla, el almirante anclaba de nuevo en La E. (agosto 1498). La postura para con los rebeldes fue otro de sus grandes errores, pues, queriendo llegar a un acuerdo bondadoso para concluir con los disturbios, concedió tierras gratuitas a los alzados, dio pasaje gratis a los que quisieran volver a España y nombró a Francisco Roldán alcalde mayor perpetuo.
Mientras Colón se entregaba de nuevo a la organización de La E., las noticias que sobre las Indias llegaban a España sólo hablaban del desorden y anarquía imperantes lo cual convenció a la corona de la impericia gubernamental de su virrey. Como tampoco eran satisfactorios los tributos que se le entregaban, se hizo necesario terminar definitivamente con las irregularidades existentes en la isla, y con este fin se nombró un representante de la corona para que pusiese orden y administrase justicia.
2. La isla en el siglo XVI. En agosto de 1500 llegaba a Santo Domingo Francisco de Bobadilla (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), caballero de la Orden Militar de Calatrava, hombre llano, humilde y nada codicioso, pero revestido de plenos poderes y con muchas cédulas en blanco firmadas. Ocurría esto cuando Colón y Roldán sofocaban una rebelión capitaneada por Adrián de Moxica, y el espectáculo de unos cadáveres aún calientes balanceándose en las horcas, dejó profundamente impresionado a Bobadilla. La primera actuación del comendador fue abrir una investigación de los hechos, al mismo tiempo que libertaba a Moxica y reducía a prisión a Colón y a sus dos hermanos, enviándolos encadenados a España a bordo de la carabela Gloria. El jefe de la embarcación, Alonso de Vallejo, quiso quitarle los grillos a Colón, pero éste se negó diciendo: «que si por autoridad de los Reyes se los había puesto Bobadilla, no quería que otras personas se los quitase y que tenía determinado guardarlos para memoria del premio de sus muchos servicios y para testimonio de lo que pueden dar el mundo y sus vanidades».
Colón procuró en la corte española el restablecimiento de sus derechos y privilegios; sin embargo, las continuas noticias de los marinos que surcaban los mares demostrando la vasta extensión de las tierras indianas contribuyeron eficazmente al derrumbamiento del monopolio colombino y la solicitada devolución de sus privilegios. Promesas alentadoras no le faltaron al almirante por parte de los reyes, pero el resultado positivo fue el nombramiento de Nicolás de Ovando (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), comendador de Lares en la Orden de Alcántara, para desempeñar el cargo de gobernador y justicia suprema de las Indias, que en estos momentos suponía el mando de La E., núcleo radical de la empresa americana. La sustitución de Bobadilla por Ovando suponía un paso más en el control de la corona sobre los asuntos de América y el afianzamiento en la colonización de la isla.
En el mismo año que llegaba el comendador de Lares a La E., Colón, cansado por sus males físicos y preocupaciones espirituales, realizaba su último viaje al Nuevo Mundo. Se le reconocieron sus privilegios y los de sus sucesores, aunque por el momento no podía ejercer ninguna de sus funciones y se le prohibía ir a Santo Domingo. Obligado por la necesidad de reparar algunos de sus barcos (29 de junio) y guarecerse de un huracán que preveía por sus conocimientos de la mar, pidió permiso para fondear en la isla, a lo que Ovando se negó, y para justificar su decisión consultó a pilotos de una numerosa escuadra que estaba preparada para zarpar rumbo a España. Éstos, burlándose de sus predicciones, opinaron en contra y no dudaron en partir con sus naves, alejándose de La E., bajo el azote del terrible huracán, mientras Colón, refugiado en Puerto Hermoso con su flotilla, no experimentaba daño alguno. Los efectos del huracán afectaron también a Nueva Isabela (Santo Domingo), que quedó destruida, circunstancia ésta que, unida a la aparición de una plaga de hormigas, decidió a Ovando a fundarla en el lugar donde actualmente se encuentra, en la que se construyeron edificios como La Fuerza, El Homenaje, San Francisco, San Nicolás, etc., que todavía existen y recuerdan el paso de este gobernador por la isla.
El comendador Ovando se mostró muy activo en la pacificación del territorio. Apenas recién llegado, tuvo noticias de los planes subversivos de los indios de Higüey y de la muerte que éstos habían dado a varios españoles. Para combatirlos designó al sevillano Juan de Esquivel al mando de un grupo de vecinos de Santiago, Concepción, Bonao y Santo Domingo, las cuatro villas existentes entonces en La E. La acción de castigo terminó con éxito por parte de Esquivel y sus hombres. Tras la captura y muerte del cacique Catubamaná, se fundó la fortaleza de Higüey. El dominio total de la isla lo consiguió Ovando, prácticamente, con la derrota y eliminación de la cacica Anacaona. Su acción punitiva fue en esta ocasión un tanto dura, pues la cacica fue ahorcada y gran parte de sus súbditos hallaron la muerte a manos de los españoles. El gobernador estimó en esta ocasión que, obrando de esta manera, pondría fin a los peligros y amenazas que suponía para los españoles el alzamiento de la región de Xaragua.[rbts name=»historia»]

Recursos

Notas y Referencias

  1. Basado parcialmente en el concepto y descripción sobre historia de La Española en la Enciclopedia Rialp (f. autorizada), Editorial Rialp, 1991, Madrid

Véase También

Bibliografía

F. MORALES PADRóN, Historia del descubrimiento y conquista de América, 2 ed. Madrid 1971; fD, Manual de Historia universal, V, Madrid 1962; F. PICHARDO MOYA, Aborígenes de las Antillas, México 1956; A. DEL MONTE Y TEJADA, Historia de Santo Domingo, Santo Domingo 1953; G. A. MEJfA, Historia de Santo Domingo, Santo Domingo 1954; O. GIL DíAz, Apuntes para la Historia, Santo Domingo 1969.

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