El conflicto entre España y Cuba generó en Estados Unidos una fuerte reacción tanto por razones económicas como humanitarias. Cuando Estados Unidos apoyó la revolución cubana en 1898, la opinión pública pensó que estaba apoyando la lucha de los cubanos por la libertad. En realidad, Estados Unidos quería proteger los intereses comerciales y evitar el surgimiento de una república dominada por los cubanos afroamericanos. La guerra era una forma de crear unidad nacional en Estados Unidos y sentar las bases del imperio. Después de que un acorazado estadounidense se hundiera cerca de Cuba en 1898, el presidente McKinley consideró la posibilidad de una guerra contra España, la potencia ocupante de Cuba. No mencionó el deseo de ayudar a los revolucionarios cubanos. Mientras los ricos intereses empresariales abogaban por la guerra, los sindicatos y los socialistas se oponían a ella. Algunos sindicatos y líderes, como el líder de la AFL Samuel Gompers (1850-1924), apoyaron la guerra tras su declaración. Otros líderes acusaron a los ricos de beneficiarse de la guerra a costa de los pobres. La guerra hispano-estadounidense acabó rápidamente con la ocupación española en Cuba. Pero las tropas estadounidenses permanecieron en el país. La Enmienda Platt de 1901 dio a Estados Unidos el derecho a intervenir en Cuba. Las fuerzas cubanas se sintieron traicionadas. Estados Unidos aprovechó las secuelas de la guerra para ocupar Puerto Rico, las islas de Hawai, Guam y Filipinas.