Historia de la Española

Historia de la Española en España

Aquí se ofrecen, respecto al derecho español, referencias cruzadas, comentarios y análisis sobre Historia de la Española. [aioseo_breadcrumbs]

Historia de La Española en Relación a Historia

En este contexto, a efectos históricos puede ser de interés lo siguiente: [1] (Nota: esto es una continuación del texto sobre historia de La Española que se haya en otra parte de esta referencia online sobre España).Posteriores fundaciones, como Santa María de la Vera Paz, Santa María de la Yaguana, Salvatierra de la Sabana, Yáquimo, San Juan de la Maguana, Azu de Compostela, Puerto Real, Lares de Guahaba y otras, aseguraron la pacificación completa del territorio de La Española, y el gobernador procedió a su organización, dictando normas de orden administrativo que contribuyeron a un mejor funcionamiento de los servicios públicos y al progreso económico. Se estima que por esa época La Española contribuía a los gastos de la metrópoli con una suma que se acercaba al medio millón de ducados anuales, procedentes en su mayor parte de las fundiciones de La Vega y Buenaventura; el cultivo de la caña traída de las Canarias hizo que la ciudad de La Vega fuera la primera elaboradora de azúcar; la cría de ovejas, cabras, caballos y burros aumentó considerablemente, así como la exportación de sebo, cueros, tocino, caoba, cedro y roble. El estado de la enseñanza era precario, ya que los religiosos se dedicaban principalmente a ganar prosélitos y a instruir a los indios en los moralizadores principios de la fe cristiana. Sin embargo, en el monasterio de San Francisco funcionaban algunas cátedras que eran frecuentadas en su mayoría por los hijos de los hombres más importantes de la isla.
En 1508 se dio la gobernación de La Española a Diego Colón, primogénito del almirante, a quien se le reconocieron los derechos y privilegios de este último. Sin embargo, pese a sus calidades y título de virrey, almirante y gobernador, su autoridad efectiva era más limitada que la de Ovando, ya que no afectaba a los funcionarios que dependían directamente de la corona. Instalado en la isla con una verdadera corte, acompañado de su esposa, familiares y caballeros nobles, pronto surgieron dificultades en su gobierno. Los problemas fundamentales eran el trato y utilización de los indios, a quienes defendían los dominicos, y las intransigencias y roces en cuanto a la autoridad y derechos entre gobernante y gobernados. Para resolver el primer problema se dieron las Leyes de Burgos (1512) y, al no resultar efectivas, se enviaron tres frailes jerónimos (1516) con instrucciones concretas sobre el trato que debía darse a los indios y normas para fundar pueblos o reducciones de los mismos. Los religiosos encontraron graves dificultades en su cometido y, aunque lograron organizar unos 30 pueblos, abandonaron su empresa y la isla.
Las intransigencias, en cuanto a la autoridad y derechos del gobernador y los colonos españoles, dividieron a estos últimos en dos bandos: los que se denominaron «servidores del rey», encabezados por Miguel de Pasamonte, y los partidarios de D. Colón. Para evitar las consecuencias de estas luchas y bandos se nombraron en la corte española tres jueces con atribuciones judiciales y administrativas que constituyeron la primera Audiencia indiana (1511). Con ello la autoridad y jurisdicción de D. Colón se vio muy reducida. Los disturbios y las intrigas le obligaron a trasladarse a España, primero en 1515 y, de una manera definitiva, en 1523, dejando el gobierno en manos de fray Luis de Figueroa, quien más tarde sería nombrado presidente de la Real Audiencia y obispo de La Vega. En 1526 sorprendió la muerte a D. Colón en Montalbán (Toledo), sin haber conseguido resolver sus asuntos ante la corte. Por los mismos días, extraña coincidencia, ocurrió en Santo Domingo la muerte de Miguel de Pasamonte, tenaz rival del hijo del descubridor y principal protagonista de sus dificultades en la gobernación de La Española Cabe destacar, entre sus actividades como gobernante, la pacificación y gobernación de los territorios que le pertenecían: Puerto Rico, Cuba, etc. De la organización de Cuba (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) encargó a Diego Velázquez (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). En el orden religioso, bajo su mandato se inició la construcción de la catedral.
Durante estos años disminuyó en gran manera la población indígena, no acostumbrada al régimen laboral impuesto por los españoles y a causa de enfermedades desconocidas entre ellos, como la gran epidemia de viruela de 1517. Esta situación dio pie para que se incrementase, paulatinamente, la intromisión de esclavos negros iniciada unos años antes. El número de éstos llegó a ser lo suficientemente importante para que tuviese lugar una rebelión de los mismos (1522). En 1528 se designó para la gobernación de La Española a Sebastián Ramírez de Fuenleal, quien tuvo que hacer frente a la sublevación capitaneada por Enriquillo, cacique indígena que, aunque convertido al cristianismo, no aceptaba de buen agrado el dominio de los colonos y autoridades españolas. Sus actuaciones subversivas pusieron en peligro la estabilidad de la isla, causando graves trastornos de todo orden. Ante las características y resistencia de los rebeldes fue necesario dar cuenta de ello a las autoridades metropolitanas, para cuya solución se envió desde España a Francisco de Barrionuevo. Este supo utilizar la influencia que sobre Enriquillo ejercía Las Casas y consiguió negociaciones de paz con el cacique. En virtud de ellas, se abolía la esclavitud de los indios, ya muy reducidos en número, unos 4.000, a los que se dieron tierras para cultivo propio en Boyá. Los indígenas, en cambio, se comprometieron a reconocer y acatar la autoridad de los reyes españoles y sus delegados en la isla.
Puede decirse que con el gobierno del lic. Alonso de Fuenmayor se inicia en La Española la Edad Moderna, al mismo tiempo que se acusan los síntomas de la despoblación, debido a las constantes expediciones que habían salido para Puerto Rico, Cuba y Costa Firme, llegándose casi a la completa extinción de la raza indígena. Las conquistas continentales disminuyeron la importancia de La Española en todos los aspectos, y su jurisdicción territorial se vio mermada al crearse en 1535 el virreinato de Nueva España (véase en la presente referencia sobre España lo siguiente: MÉXICO 111, 2). Bajo el mandato de Fuenmayor se inició la construcción de las murallas de la ciudad de Santo Domingo; se fundó la Univ. Pontificia de Santo Tomás de Aquino (1538), que conquistó para la ciudad de Santo Domingo el merecido nombre de «Atenas del Nuevo Mundo», de donde salieron hombres como Cruzado, Bonilla, Valverde, etc., que aumentaron la cultura intelectual de La Española o fueron a llevar sus luces a los nuevos territorios descubiertos. En 1540 concluyen las obras de la construcción de la catedral y, en el mismo año, Luis Colón, nieto del primer almirante de las Indias e hijo del virrey Diego, cedía a España sus derechos al virreinato, a cambio de los títulos de duque de Veragua, marqués de Jamaica y una pensión de mil doblones.
Tras el mandato de Alonso López Cerrato (1544), fue nombrado cinco años más tarde Alonso de Fuenmayor, que iniciaba de esta forma su segundo periodo de gobierno. Arzobispo y presidente de la Real Audiencia, reunió en una sola mano el mando civil, militar y religioso. Se ocupó de continuar la construcción de las murallas de la ciudad de Santo Domingo y de iniciar la edificación de la fortaleza de San Felipe en Puerto Plata, así como del cabildo metropolitano. Se sucedieron después las presidencias de Alonso Maldonado, Arias Herrera, Arias Mejía, González de Cuesta y Antonio Osorio; hacia finales del siglo se inició un caótico periodo de inestabilidad en todos los órdenes, cuando más débil estaba el país.
En 1586, y como consecuencia de la guerra que había ocasionado el enfrentamiento de Felipe II con Francia, Holanda e Inglaterra, la reina de este país, Isabel I (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), envió al célebre corsario sir Francis Drake (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) para hostilizar las posesiones españolas del Nuevo Mundo. El corsario, después de sufrir algunos contratiempos en las Canarias, salió con 25 naves en dirección a La Española decidido a saquearla. En enero, sus naves fondeaban en las playas de Güibia y en la desembocadura del río Haina, comenzando a desembarcar hombres que emprendieron su marcha hacia la ciudad. La sorpresa fue indecible y aunque se trató de establecer la defensa, era ya demasiado tarde. Aterrorizado, el presidente Ovalle no acertó a dar las disposiciones convenientes y se refugió con los demás oidores en La Isabela, mientras la población huía desmoralizada de la ciudad, que podría haber resistido, pues se hallaba amurallada en más de dos terceras partes. El general inglés y su tropa, después de haber demolido edificios y saqueado la ciudad a su antojo, se mantuvo en ella 25 días, al término de los cuales se celebró un acuerdo y transacción para redimirla o rescatarla, proponiendo a los vecinos retirarse si le entregaban la cantidad de 25.000 ducados, a lo que consintieron los españoles gracias a la aportación casi general de las mujeres, que sacrificaron sus joyas.
Evacuada la ciudad por las huestes británicas, los vecinos volvieron a sus faenas acostumbradas. A pesar de tanta calamidad, el P. Acosta asegura que se podía hablar de prosperidad por las considerables remesas que se hacían a España. En 1587, afirmaba que en la flota despachada del puerto de Ozama a Sevilla se embarcaron géneros y efectos como 48.000 arrobas de cañafístola, 56.000 de zarzaparrilla, 134.000 de palo de Brasil, 898 cajas de azúcar y 5.444 cueros de vaca. Esa flota era anual y por ello cabe ratificar ese índice de prosperidad, pero la atención de los nuevos países conquistados agotó en la isla este recurso, y los holandeses, viendo que España apenas podía atender con su comercio a sus vastos territorios, se apoderaron del tráfico y proveyeron con sus exportaciones a las necesidades de La Española Los puertos del norte de la isla, descuidados hasta entonces, ofrecían ahora un movimiento extraordinario con el consiguiente engrandecimiento de las ciudades del litoral.
En 1597 continuaron las desgracias y contratiempos que concurrieron más adelante a acelerar la decadencia de la isla. Los temblores de tierra se hicieron sentir por todas partes y la ciudad de La Vega, quedó destruida. No fue ésta la única que se arruinó con el terremoto; Santiago de los Caballeros sufrió también las consecuencias del fenómeno sísmico. Siendo gobernador y capitán general Diego Gómez de Sandoval, se desarrolló por segunda vez la enfermedad de la viruela que produjo los mismos efectos desastrosos que en la primera; con ella, puede decirse que en La Española desapareció casi por completo la raza indígena, de la que sólo quedó un número insignificante reunido en el pueblo de Boyá. No se limitó aquel mal exclusivamente a los indios, pues los negros africanos que se habían introducido fueron también diezmados por las enfermedades, con la consiguiente pérdida para los españoles, que acusaron la falta de brazos indígenas y la disminución de los que se habían llevado para suplir su carencia.
3. El siglo XVII. Al comenzar el s. XVII la situación de La Española no era muy halagüeña. Había conocido ya ataques de los piratas y sus prometedoras perspectivas de los primeros tiempos se vieron desplazadas por las más brillantes realidades de los países continentales. Todo ello repercutió, gravemente, en su economía, su comercio, y originó una gran regresión demográfica. Esto último de dos maneras distintas: por una parte, la emigración de los colonos a otros lugares de América y el rápido descenso de inmigrantes peninsulares; y, por otra, la reducción de la población indígena, incluso la de esclavos, por falta de medios para su compra. Las cifras demográficas son un buen ejemplo de lo ocurrido a lo largo del s. xvi. De unos 70.000 hab. (la mayoría blancos) en que se estimaba la población hacia 1517, ya se habían reducido a la mitad para 1550. En los primeros años del s. xvtt no llegaba a 20.000 su número, de los que más de la mitad eran de color. Los ataques de los piratas continuaron, como el llevado a cabo por Newport (1606), que destruyó la Yaguana. Tampoco faltaron calamidades telúricas, de las que buen ejemplo son la serie de movimientos sísmicos ocurridos en 1617. La piratería y el contrabando determinaron que las autoridades españolas ordenasen la evacuación de la zona norte de la isla, acontecimiento de graves consecuencias posteriores.
Los habitantes del norte de La Española, descendientes de los primitivos españoles y familias dedicadas, en su mayor parte, al comercio marítimo, tuvieron que dirigir su actividad económica hacia otros medios de mayor utilidad, por lo que abandonaron la zona costera y penetraron hacia el interior de la isla para dedicarse a la agricultura y crianza de ganado, actividad que vieron muy favorecida por las grandes extensiones de sabanas y la abundancia y fertilidad de los pastos. El hato fue el sistema agrario que observó La Española Era una posesión que comprendía el terreno correspondiente a las acciones que se obtenían, llamadas «derechos de tierra», y en la que el dueño estaba facultado para criar cuantos animales quisiera.
La isla conoció en los primeros decenios del siglo una gran transformación. Se destruyeron muchas de las antiguas ciudades por la continua emigración que despoblaba la isla en beneficio de las nuevas tierras conquistadas: Lares de Guaba, Salvatierra de la Sabana, Santa María del Puerto, Puerto Real, Bonao, entre otras muchas, dejaron de existir y se convirtieron en haciendas de crianza que pronto ocuparon una tercera parte del territorio total de La Española La procreación del ganado vacuno y caballar se acrecentó de tal manera que, no pudiéndose contener las manadas bajo la vigilancia de sus dueños, se hicieron montaraces y se extendieron en todas las direcciones. La piratería experimentó a mediados de la centuria un giro que determinaría más tarde la segregación de la isla en dos mitades. En 1632, los piratas habían formado en la isla de San Cristóbal un establecimiento para desde allí acechar a los galeones que conducían caudales y tesoros a España. El establecimiento fue atacado por el general Federico de Toledo y, viéndose estos piratas fugitivos, se unieron a holandeses e ingleses tratando todos de elegir un lugar a donde conducir sus presas; como sitios más idóneos se consideraron Port Margot y la isla fronteriza de La Tortuga, que convirtieron en la base estratégica desde la que iniciaron las irrupciones a la parte occidental de La Española Sus actividades fundamentales fueron el robo del ganado, cuya carne preparaban ahumada y de ahí su nombre de bucaneros (de ahumar -bucanla carne), mientras otros se dedicaban a la rapiña y merodeo por las costas, llamándoseles filibusteros (del inglés-f reebooter- merodeador).
Tras las presidencias de Gabriel Chaves y Osorio (1627), que mandó construir el castillo de San jerónimo, y Juan de Bitrián y Biamonte (1636), con sucesos más o menos notables acontecidos entre españoles y filibusteros, ocupó el gobierno político y militar el conde de Peñalba, Bernardino Meneses (1655). Durante su mandato, Oliver Cromwell, que gobernaba en Inglaterra, creyó oportuno aumentar su poder con la conquista de La Española, que parecía a sus ojos abandonada e indefensa. Una numerosa escuadra, bajo las órdenes de Mauricio Penn, desembarcó 9.000 hombres a las órdenes del general Venables en la desembocadura del río Haina. Cuando se supo la invasión extranjera, el general Bernardino Meneses convocó a todos los cuerpos militares de la isla y con ellos hizo una defensa’ heroica, causó gran número de bajas al enemigo, capturó otro igual de prisioneros y obligó al general Venables y al almirante Penn a reembarcarse con la mayor precipitación, borrando así la huella vergonzosa que había dejado en la isla la invasión de Drake. En conmemoración de la victoria obtenida, abrió el conde de Peñalba, en el bastión de San Genaro, la Puerta que luego se llamó del Conde, donde más tarde (27 feb. 1844) se dio el grito de independencia.
La división de la isla en dos colonias comenzó a acentuarse con la intervención de los aventureros que desde hacía años se habían apoderado de algunos puntos de la parte occidental de La Española y que tenían su principal asiento en la isla Tortuga. Constituyeron un núcleo considerable en Port Margot, en la costa noroeste, y obtuvieron el reconocimiento por el Gobierno francés de Bertrand D’Ogeron como gobernador, quien invadió (1673) la parte oriental de la isla y fue rechazado por las enérgicas medidas del entonces gobernador Ignacio Zayas Bazán. Un tanto repuesto de su fracaso, y con miras a adueñarse de toda la isla, organizó D’Ogeron una expedición de 500 hombres al mando del filibustero Delisle, que desembarcó en Puerto Plata y se apoderó de Santiago, cuyos moradores huyeron hacia La Vega y sus campos, lo cual aprovechó el pirata para saquear la ciudad y exigir un rescate, que le fue pagado, de 25.000 pesos; a continuación reembarcó.
La paz de Nimega, entre Francia y España, originó una pequeña tregua entre las dos colonias, lo que permitió a sus gobernadores (1679), de parte española Francisco Segura Sandoval y de la francesa M. Poinci, el establecimiento de límites provisionales, para los que señalaron la línea natural del río Rebouc. Al asumir el gobierno de La Española Andrés de Robles, las autoridades francesas ordenaron (1684) a M. De Cussy, que se apoderara de La Española Cumplió éste las órdenes recibidas, estimulado en su propósito por el ofrecimiento que se le hizo de con-‘ ferirle el mando de toda la isla. Invadióla por el norte y llegó a Santiago de los Caballeros y, tomando como pretexto la alarmante mortalidad de sus huestes que fingió interpretar como efecto de envenenamientos, incendió la ciudad, cometiendo antes de su retirada toda clase de excesos.
Como justa represalia a estas invasiones francesas, el rey de España ordenó (1691) al gobernador de La Española, Ignacio Pérez Caro, que castigara esos desmanes, y, a tal efecto, se alistaron fuerzas, aumentadas con contingentes que vinieron de México y se pusieron a las órdenes del ex gobernador Sandoval y Castilla, el cual libró (21 de enero) la batalla de Sabana Real o de La Limonade, en la que vencieron las tropas españolas. M. Ducase, sucesor de M. De Cussy, muerto en la batalla, obtuvo el gobierno de la parte francesa de La Española y se propuso organizar una nueva invasión, pero, sin conocerse el motivo, desistió de ello y dirigió sus actividades hacia Jamaica.
De acuerdo españoles e ingleses, invadieron con ejércitos por mar y tierra las posesiones francesas (1695), destruyeron varias poblaciones e hicieron innumerables prisioneros. Después de mutilada la extensión territorial de la isla, se sucedieron en el gobierno Giel Correoso, Severino Manzaneda, Ignacio Pérez, Sebastián Cerezeda, Guillermo Morfi y Pedro de Niela, sin que nada interrumpiera durante ese tiempo la paz en la ya dividida isla. El tratado de Ryswick (1697) entre España, Holanda, Alemania y Francia, que en nada mencionaba a La Española, fue tendenciosamente interpretado por los ocupantes de la isla, en el sentido de que autorizaba la cesión, en favor de Francia, de la citada porción de la isla, que de hecho y desde hacía años ocupaban los franceses, con lo cual quedó consumada la mutilación del territorio, cuya defensa había costado tanta sangre a la metrópoli y a sus colonos de La Española (véase en la presente referencia sobre España lo siguiente: DOMINICANA, REPÚBLICA III).[rbts name=»historia»]

Recursos

Notas y Referencias

  1. Basado parcialmente en el concepto y descripción sobre historia de La Española en la Enciclopedia Rialp (f. autorizada), Editorial Rialp, 1991, Madrid

Véase También

Bibliografía

F. MORALES PADRóN, Historia del descubrimiento y conquista de América, 2 ed. Madrid 1971; fD, Manual de Historia universal, V, Madrid 1962; F. PICHARDO MOYA, Aborígenes de las Antillas, México 1956; A. DEL MONTE Y TEJADA, Historia de Santo Domingo, Santo Domingo 1953; G. A. MEJfA, Historia de Santo Domingo, Santo Domingo 1954; O. GIL DíAz, Apuntes para la Historia, Santo Domingo 1969.

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