Metafísica

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[rtbs name=»derecho-home»] La metafísica en Hispania comienza en la época de la dominación romana con Séneca (4 a.C.-65 d.C.), con su doctrina estoica de Dios. En la España visigoda, hay que citar también los contenidos metafísicos de las Etimologías de San Isidoro (560-636). El primer sistema metafísico completo es obra del cordobés musulmán Averroes (1126-1198). Su triple serie de comentarios a Aristóteles le valió el nombre de El Comentador por excelencia. Su intento fue depurar la doctrina aristotélica de todo contacto extrínseco, pero en su pensamiento se advierte una gran influencia del emanatismo neoplatónico. Hizo consistir el estudio de la metafísica en el conocimiento racional de Dios.

Toda su exposición metafísica causó un gran impacto en Europa, pero acentuó en el islam la separación entre la filosofía y la fe. Otro cordobés, el judío Maimónides (1135-1204), en su Guía de perplejos, ofreció un sistema metafísico en conexión con la teología del judaísmo. El objeto de la metafísica sería igualmente Dios, pero sin la posibilidad de conocer sus atributos sustanciales y positivos. Sólo se conocerían sus operaciones respecto al mundo. Su doctrina era neoplatónica, pero presentada con conceptos aristotélicos. Ya antes el judío Avicebrón (1020-1070), natural de Málaga, pero que vivió en Zaragoza, en su Fuente de la vida había dado una concepción metafísica neoplatónica integral. Una metafísica cristiana completa la ofreció Ramón Llull (1233-1316), aunque dispersa en sus numerosas obras. El famoso “Doctor Iluminado” profesaba un realismo de tipo platónico, fundamentado en un ejemplarismo de molde agustiniano, que se complementaba con su “arte general”, o ciencia universal, y se remataba en el misticismo. Su intento, que en su época era arcaizante, consistió en elaborar una filosofía al servicio de la fe, que fue realizada con un matematicismo metafísico y con elementos racionalistas, ambos de procedencia oriental. La influencia de su orientación y espíritu se notó en la corriente denominada “lulista”, que atravesó los siglos.

La metafísica española llegó a su plenitud en la época posrenacentista. Las universidades y las órdenes religiosas no sólo se nutrieron de los planteamientos tradicionales, sino que fomentaron su despliegue, incorporando elementos del humanismo renacentista. Varias de sus obras capitales mantuvieron su presencia en las universidades europeas hasta mediados del s. XVIII. Tuvieron una importancia decisiva, en esta “segunda escolástica” española, los dominicos de Salamanca. La inició el celebre teólogo jurista Francisco de Vitoria (1492-1546). Continuaron su labor en otros campos filosóficos: Domingo de Soto (1495-1560), Bartolomé de Medina (1528-1580), Pedro de Ledesma (m. 1616), Melchor Cano (1509-1560) y Pedro de Soto (1501-1563). Destaca en la metafísica la figura de Domingo Báñez (1528-1604). El célebre catedrático de Salamanca redescubrió la doctrina del ser de Santo Tomás y advirtió las consecuencias de este “olvido del ser” en la tradición tomista. En otras muchas cuestiones reveló su perfecta comprensión de la metafísica tomista. José A. García Cuadrado ha mostrado recientemente la importancia de su doctrina del intelecto agente. El nombre de Báñez está unido a las famosas controversias De auxiliis en Roma.

El Papa Clemente VIII (1592-1605) instituyó la llamada “Congregación de los Auxilios” para poner término a la polémica entre los dominicos y los jesuitas, que seguían a Luis de Molina (1536-1600). Tomás de Lemos y Diego Álvarez, siguiendo a Báñez, se defendieron de las acusaciones de calvinistas, y advirtieron del peligro de semipelagianismo de las doctrinas molinistas y de las matizaciones de Francisco Suárez. En su célebre Concordia del libre albedrío con la gracia, Luis de Molina (1536-1600) estableció cuatro tesis fundamentales, dos metafísicas y dos teólogicas. La primera metafísica es la del “concurso simúltaneo” entre Dios y la criatura para sus acciones. La segunda es la afirmación de la “ciencia media” de Dios, o del conocimiento de los futuros condicionados libres, o los que no existirán, pero existirían si se diesen unas condiciones determinadas.

Estas dos doctrinas fundamentaban, respectivamente, dos tesis teológicas: la “gracia versátil” o indiferente, que no es eficaz por sí misma, sino por el consentimiento de la voluntad libre; y la predestinación de Dios a la otra vida “después de previstos los méritos” de cada hombre. A estas cuatro tesis molinistas, Báñez presentó otras cuatro completamente distintas e irreductibles, que son las propias del tomismo. En Báñez no hay nada nuevo en su explicación, nada que no esté en la doctrina del Aquinate –no existe, por tanto, lo que se ha calificado de “bañezianismo”–, aunque podrían discutirse algunos puntos accidentales de su interpretación que no afectan en nada a sus cuatro tesis fundamentales. Las metafísicas son las siguientes: enfrente del concurso simultáneo, la “premoción física”, o la moción física inmediata y previa de Dios como causa primera sobre la criatura, que es así causa segunda de su acción; y enfrente de la ciencia media, la doctrina de los “decretos divinos predeterminantes”, que explica el conocimiento divino de los futuribles en sus decretos eternos. A su vez, otras dos teológicas, basadas en ellas repectivamente: la “eficacia intrínseca de la gracia” y la predestinación “antes de los meritos previstos”. La comisión trabajó durante nueve años (1598-1607) y Pablo V (1605-1621) puso fin a la contienda, no definiendo ninguna solución.

Además de Molina, que es también notable por sus estudios jurídicos, los jesuitas aportaron a la metafísica aristótélica las obras de Francisco De Toledo (1532-1596) y Pedro Fonseca (1528-1599), que tradujo directamente del griego la Metafísica de Aristóteles. El metafísico más original y de mayor influencia fue Francisco Suárez (1548-1617), natural de Granada. Sus Disputationes Metaphysicae ocupan un puesto singular en la historia universal de la metafísica. Por primera vez, se presentaron de forma sistemática y ordenada todas las cuestiones metafísicas. Así mismo Suárez se ocupo de todos los autores anteriores –cita a 245 autores–. Podría decirse que la obra es como una gran enciclopedia. Su autor se mueve siempre en la tradición aristotélica y, aunque confiese seguir la línea de Santo Tomás, todas sus tesis centrales y nucleares son inconciliables con las tomistas.

Difieren entre otros su conceptos de metafísica, la noción y composición del ente, la doctrina de la potencia y del acto, la de los trascendentales, la concepción de la analogía, la composición de la esencia y la existencia, la doctrina de la individuación y la del constitutivo formal de la persona. Su sistema, en definitiva, denota cierto eclecticismo y la complicación propia del barroco. El suarismo ha continuado hasta nuestros días con los jesuitas José Hellín (1883-1973), Ismael Quiles (1906-1993), Juan Roig Gironella (1912-1980). También Juan Pegueroles (1928), desde su inserción en el pensamiento suarista, ha estudiado a San Agustín –es uno de sus más cualificados tratadistas españoles–, a Santo Tomás e igualmente a Blondel, Husserl, Heidegger y Gadamer. El estudio de Suárez lo continúa el investigador laico Santiago Fernández Burillo.

En el s. XVII, en la orientación tomista, sobresalieron: Francisco de Araujo (1580-1664), Pedro de Godoy (m. 1677), Diego Mas (m. 1608), Tomás de Vallgornera (m. 1665) y Juan Tomás de Rocabertí (1627-1699). Tienen así mismo gran importancia el célebre Curso complutense, publicado en Alcalá de Henares por los carmelitas descalzos: Miguel de la Trinidad (1588-1661), Antonio de la Madre de Dios (1587-1641) y Juan de los Santos (1583-1654). El s. XVIII, el eclecticismo y el escepticismo (v.), que reinaban en el ambiente ilustrado, impidieron mantener el anterior nivel metafísico. La nueva Universidad de Cervera, con su interés por cultivar las humanidades clásicas, no contribuyó tampoco a su restauración. En el s. XIX, tuvieron gran auge tendencias filosóficas europeas como el hegelianismo (v.), el panteísmo (v.), el neokantismo, la escuela escocesa o del sentido común, el positivismo (v.), el materialismo (v.) y sobre todo el krausismo (v.). La filosofía de K.Ch.F. Krause (1781-1832), idealista alemán, de escaso predicamento en el mundo germánico, fue introducida con el afán de transformar toda la cultura española, por Julián Sanz del Río (1814-1869) y tuvo una influencia extraordinaria en todos los ámbitos culturales y políticos. La continuó su discípulo Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), que fundó la Institución Libre de Enseñanza, centro privado de enseñanza superior de gran prestigio e influencia.

La situación comenzó a cambiar con Jaime Balmes (1810-1948). En sus obras de contenido metafísico –El Criterio (1845), Filosofía fundamental (1846), y Curso de filosofía elemental. Metafísica, lógica, ética, historia de la filosofía (1847)– demostró un amplio conocimiento de la filosofía moderna y ofreció soluciones a las cuestiones metafísicas básicas, desde un posición que no es escolática, ni tomista, pero que preparó su futuro restablecimiento, por su actitud de estudio, ecuanimidad y diálogo. La asimilación y la conciliación, sin eclecticismo, fueron las coordenadas de su pensamiento. En la segunda mitad del s. XIX, la metafísica continuó con la misma tónica. Únicamente se publicaron muchos libros de texto para la enseñanza en universidades e institutos. Pueden citarse: Institutiones Metaphysicae (1890), de José Daurella y Rull; y Metafísica fundamental (1899), de Pedro María López y Martínez. La figura central de este momento, y que contribuyó decisivamente a la digna reconstitución de la metafísica, fue el cardenal Ceferino González, O.P. (1831-1895), profesor en Manila y autor de Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás (1864). Las enseñanzas, que impartió después en España, se encuentran en su obra Filosofía elemental (1873). En éstas y en sus otras obras expuso el pensamiento clásico contrastándolo con el moderno con el intento de hacerlo progresar. Discípulos suyos fueron Juan Manuel Ortí y Lara (1826-1904), catedrático de Metafísica de la Universidad de Madrid, y su sucesor Antonio Hernández Fajarnés (1851-1909).

La encíclica del papa León XIII (1878-1903), Aeterni Patris, de 1879, contribuyó a la restuaración de la metafísica, especialmente en la línea de Santo Tomás. Respresentó la madurez de una tendencia que se había iniciado en Italia, gracias al barcelonés Juan Tomás de Boxadors (1703-1780), maestro general de la Orden de Predicadores. Toda la filosofía escolástica bajo el impulso de este documento filosófico volvió a resurgir en los pensadores católicos. José Torras y Bages (1846-1916), de entre todos ellos, es el que más se ocupó de temas metafísicos, y aplicó la metafísica de Santo Tomás a las más diversas cuestiones. En el s. XX, los estudios metafísicos se iniciaron con obras decisivas escritas por dominicos. Norberto del Prado (1852-1918), profesor de la Universidad de Friburgo (Suiza), publicó el famoso libro Veritate fundamentali philosophiae christianae (1911), donde colocó la doctrina de la real composición de esencia y ser como la más fundamental de toda la metafísica, y la que permite el acceso racional a Dios y la explicación filosófica de la creación.

Francisco Marín-Sola (1873-1932), que ocupó su cátedra suiza y escribió sus estudios sobre El sistema tomista sobre la moción divina y su gran obra Concordia divina entre la moción divina y la libertad creada. En ambas precisa y defiende la posición de Báñez, mostrando su perenne actualidad, realizadas unas correcciones accidentales. Santiago Ramírez (1891-1967), profesor en el Angelicum de Roma, Salamanca y Friburgo, investigó, en una serie de artículos, la analogía. Su Opera Omnia, publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ocupa cuarenta volúmenes. Su discípulo, el dominico Victorino Rodríguez (1926-1997), en sus obras, difundió su pensamiento con un estilo expresivo más claro y más actual. Una de las mejores es El conocimiento analógico de Dios (1995). Por esta misma época, el canónigo de Santiago de Compostela y profesor de su Universidad Pontificia, Ángel Amor Ruibal (1869-1930), filósofo autodidacta, creó una metafísica denominada “correlacionismo”, que se encuentra en su magna obra Problemas fundamentales de la filosofía y del dogma (1914-1922). Concibió la metafísica como un sistema que estudia el universo como totalidad. Sus entidades están ensambladas por la relación, que es así el principio universal de explicación. De este modo su pensamiento mostró afinidades con otras metafísicas e incluso concepciones de la ciencia.

En la primera mitad del s. XX, y ya en la universidad civil, sobresalió José Ortega y Gasset (1883-1955), catedrático de Metafísica en la Universidad de Madrid, cuya influencia ha sido de las más extensas y profundas en el mundo hispánico. No sólo fue un filosófo culturalista original e ingenioso, sino también un original metafísico. Su sistema, que denominó “raciovitalismo”, se basaba en el principio metafísico de que la realidad radical es la vida, que se despliega en varios grados. Acuñó la expresión “razón vital” para designar el uso vital de la razón. Fue un escritor muy fecundo. Sus obras más propiamente metafísicas son El tema de nuestro tiempo (1923), En torno a Galileo (1933), Ideas y creencias (1940), La idea de principio en Leibniz (1958) y El hombre y la gente (1958). Podría también citarse, por su pensamiento religioso, a Miguel de Unamuno (1864-1936), pero carece de sistema metafísico propio. Manuel García Morente (1886-1942), amigo de Ortega, e igualmente catedrático en la Universidad de Madrid, cultivó también una metafísica de la vida, siguiendo los pasos de Heidegger.

Sus cursos en la Universidad de Tucumán fueron publicados con el título de Lecciones preliminares de filosofía (1938), y después en España, más ampliados, con el de Introducción a la filosofía (1943), con catorce y siete ediciones, respectivamente. Después de su conversión al catolicismo, asumió también la metafísica tomista, que desarrolló en algunos puntos. Muy originales son también las obras de Xavier Zubiri (1898-1983): Naturaleza, Historia, Dios (1944), Sobre la esencia (1962), Cinco lecciones de filosofía (1963), La inteligencia sentiente, Inteligencia y logos e Inteligencia y razón (1980-1983). En todas ellas abordó las cuestiones clásicas capitales, con una terminología propia y una sistematización muy particular. Aunque su objeto de reflexión fue la metafíca clásica, discrepó constantemente de Aristóteles. Igual intento renovador ha manifestado en sus últimas obras póstumas: El hombre y Dios (1984) y en Sobre el hombre (1986).

Ángel González Álvarez (1916-1991), catedrático de Metafísica de la Universidad de Madrid (1954-1985), continuó la línea de su maestro Ramírez. En su Introducción a la Metafísica (1951) trató de un modo sistemático e histórico las cuestiones fundamentales de la posibilidad de la metafísica y de su punto de partida. Su obra más importante, el Tratado de Metafísica –en dos tomos, Ontología y Teología Natural (1961)–, es el primero de estas dimensiones publicado en nuestra época, en lengua castellana, sobre el conjunto de la metafísica. Jesús García López (1924), discípulo de González Álvarez y que ocupó la cátedra de la Universidad de Murcia, ha sido uno de los grandes maestros de metafísica de la actual universidad española. Sus publicaciones –Nuestra sabiduría racional de Dios (1950), El conocimiento natural de Dios. Un estudio a través de Descartes y Santo Tomás (1955), El valor de la verdad y otros estudios (1965), Doctrina de Santo Tomás sobre la verdad (1967), Estudios de metafísica tomista (1976), Tomás de Aquino, maestro del orden (1985), Lecciones de metafísica tomista, I. Ontología. Nociones comunes, II. El conocimiento filosófico de Dios, III. Gnoseología (1995)– son fruto de un amplio y profundo conocimiento directo de las obras de Santo Tomás, cuyas doctrinas ha confrontado con los principales pensadores modernos y contemporáneos, como Descartes, Kant y Heidegger. En el estudio de la metafísica y en la línea de Santo Tomás, en la Universidad de Madrid, ha tenido un papel destacadísimo Antonio Millán-Puelles (1921).

Desde una primera orientación fenomenológica, el pensador profundizó en la tradición tomista, exponiendo y continuando sus doctrinas con una terminología propia muy precisa y cuidada. Sus obras metafísicas son El problema del ente ideal. Un examen a través de Husserl y Hartmann (1947), Ontología de la existencia histórica (1951), Fundamentos de filosofía (1956) –que alcanzó once ediciones–, La estructura de la subjetividad (1967) –una de sus mejores–, Teoría del objeto puro (1990) –que completa su metafísica realista con una doctrina sobre lo irreal–, Léxico filosófico (1984) y El interés por la verdad (1997). Leonardo Polo (1926), en su magisterio oral y escrito, principalmente en la Universidad de Navarra, ha expuesto un original sistema, basado en lo que denomina “el abandono del límite mental”, que posibilita el estudio de la existencia y la esencia extramentales, y la existencia y la esencia humanas. Problemática que trató ya en una de sus primeras obras –El acceso al ser (1964)– y que ha continuado en todas las demás. En su reciente Antropología trascendental, ha ampliado la lista clásica de los trascendentales con otros humanos, como el coexistir, la libertad o el intelecto personal. Otros metafísicos destacables son Jesús Arellano (1921), catedrático en la Universidad de Sevilla, que ha estudiado también los conceptos metafísicos trascendentales; y Rafael Gambra (1920), que ha contribuido decisivamente –con sus obras Historia sencilla de la filosofía (1961), Curso elemental de filosofía (1962), El silencio de Dios (1968) y El lenguaje y los mitos (1983)– a la difusión de principios de Santo Tomás

En la actualidad se cultiva la metafísica con gran fuerza y fecundidad en la llamada Escuela Tomista de Barcelona, que tiene su origen en el magisterio oral y escrito de Ramón Orlandis Despuig (1873-1958). Discípulo suyo fue Jaime Bofill (1910-1965), catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona (1950-1965). En su libro La escala de los seres (1950), estudió la concepción tomista de la posesión intencional en sus dos posibles modos: por vía de conocimiento y por vía de amor. Francisco Canals Vidal (1922), también discípulo directo del padre Orlandis y de Bofill, ha impulsado y consolidado definitivamente la escuela. Es autor de Para una fundamentación de la Metafísica (1967), Cuestiones de fundamentación (1981), Sobre la esencia del conocimiento (1987) y Sant Tomàs d’Aquino. Antologia metafísica (1991).

En estas y otras obras ha expuesto la síntesis de Santo Tomás, en diálogo ininterrumpido con las otras grandes visiones teológico-filosóficas cristianas (San Agustín, San Anselmo, San Buenaventura, Ramón Llull, Duns Scoto y Suárez), las corrientes escolásticas no tomistas, el racionalismo; el empirismo, el trascendentalismo de Kant, y su revolución copérnicana, la dialéctica hegeliana; y el pensamiento de Heidegger. De entre todos sus hallazgos filosóficos, puede destacarse el del carácter expresivo y locutivo de todo conocer. Desde 1989, Eudaldo Forment (1946), su discípulo, ocupa la cátedra de Metafísica de la Universidad de Barcelona –donde había enseñado Canals (1967-1988) y anteriormente Jaime Bofill (1950-1965)–, manteniendo la misma trayectoria. Es autor de las siguientes obras metafísicas: Fenomenología descriptiva del lenguaje (1982); Ser y persona (1983); Persona y modo sustancial (1984); Introducción a la metafísica (1985); El problema de Dios en la metafísica (1988); Dios y el hombre (1987); Filosofía del ser (1988); Principios básicos de la bioética (1990); Lecciones de metafísica (1992); La persona humana (1994); San Anselmo (1995); Historia de la filosofía tomista en la España contemporánea (1998), e Id a Tomás. Principios fundamentales del pensamiento de Santo Tomás (1999).

Hay que destacar también las obras, nacidas en el ámbito de este grupo: Ser y obrar (1991), de Ignacio Guiu (1963); La analogía (1989), de Vicens Igual; La incomunicabilidad ontológica de la persona humana (1992), de Juan Martínez Porcell; Ser y conocer (1992), de Juan García del Muro; El orden dinámico del ser (1993), de Pau Giralt; Metafísica de la intencionalidad (1997), de Magdalena Bosch; y Persona y amor (1993), de Francisca Tomar. También Carlos Cardona (1930-1993), desde un arraigado y profundo conocimiento del pensamiento de Santo Tomás, prestó especial atención a la metafísica contemporánea, asumiendo gran parte del pensamiento de Kierkegaard y la problemática de Heidegger. Escribió: La metafísica del bien común (1966); Metafísica de la opción intelectual (1969); Metafísica del bien y del mal (1987), y Olvido y memoria del ser (1997). Uno de sus discípulos más conocidos es Lluís Clavell, rector del Pontificia Universidad de la Santa Cruz, de Roma, autor de: El nombre propio de Dios según Santo Tomás de Aquino (1980), Metafísica (1982) y Metafisica e libertà (1996).

Otro de sus discípulos es Tomás Melendo (1951), catedrático de Metafísica en la Universidad de Málaga, que ha sabido encontrar muchas de las inferencias que se derivan de la rica doctrina del ser de Santo Tomás. Ha escrito, entre otras obras: Metafísica (1982); Ontología de los opuestos (1982); La metafísica de Aristóteles. Método y temas (1997); Entre moderno y postmoderno. Introducción a la metafísica del ser (1997); Metafísica de lo concreto. Sobre las relaciones entre filosofía y vida (1997). Otros autores que se ocupan en estos momentos de la metafísica son el catedrático Ángel Luis González, que ha publicado muchos estudios monográficos sobre importantes temas tratados por Santo Tomás –Ser y participación (1979) y Teología natural (1985)– y sobre la metafísica de Leibniz y de Nicolás de Cusa; Rafael Alvira, autor de La noción de finalidad (1978), Metafísica (1982) y La razón de ser hombre. Ensayo acerca de la justificación del ser humano (1998), y que ha escrito estudiando especialmente problemas metafísicos referentes al hombre; Javier Arangure; Mariano Artigas; Juan Manuel Burgos; José J. Escandell; José Luis Fernández; Joaquín Ferrer; José Ángel García Cuadrado; Juan A. García González; Jordi Girau; Alfonso García Marqués; Marta González; Alejandro Llano; Patricia Moya; Juan Manuel Navarro Cordón; Juan Pegueroles; Javier Pérez Guerrero, Enrique Rivera de Ventosa; J.Mª. Romero; Luis Romera; Modesto Santos; Armando Segura; Antonio Segura Ferns; Juan Fenando Sellés y José Villalobos.

Podría ampliarse mucho más esta relación de estudios y autores, pero ya revelan suficientemente la importancia en cantidad y calidad de las investigaciones actuales sobre metafísica. Sólo queda por destacar la gran labor que continúan realizando los dominicos –Aniceto Fernández (1895-1981), Mateo Febrer (1908-1999), Juan José Gallego, Jordán Gallego, Quintín Turiel, Vicente Cudeiro y Armando Bandera, entre otros– y muy especialmente Abelardo Lobato (1925).

El conocido tomista español es en la actualidad presidente de la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás y presidente de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, las dos instituciones más importantes del tomismo mundial y rector en Suiza. Su actividad docente, sus múltiples publicaciones y su constante e intensa actividad organizativa y directiva, han contribuido decisivamente a establecer una mayor presencia en extensión y en profundidad del pensamiento de Santo Tomás en el mundo de hoy. Lobato ha asumido del tomismo la confianza en la verdad, que fundamenta en el diálogo, tal como claramente se manifiesta en su monumental obra El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hombre de hoy (1994 y ss.; 3 vols.). Su doctrina metafísica está centrada en el estudio de los conceptos trascendentales, desde los que fundamenta una metafísica de la persona, que, como ha mostrado en una de sus últimas obras –Dignidad y aventura humana (1997)– permite asentar los derechos humanos. En estos momentos, la metafísica de Lobato, que es el fundamento de la antropología y de la ética, es la expresión del intento de la actual metafísica española de fundamentar todo lo referente al hombre y su dignidad personal. [E.F.G.]

Fuente: Gran Enciclopedia de España

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