Progresistas

Progresistas en España en España

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Progresistas (españa)

Exposición que realiza la enciclopedia Rialp sobre progresistas (españa):Origen del partido. Aunque el término se emplea hoy en sentido amplio para designar todo movimiento político o ideológico de tendencias consideradas «avanzadas» (v. Progresismo), nació como denominación de un partido político, que, junto con el moderado (véase esta voz en la enciclopedia), juega un papel fundamental en la historia de España del s. XIX. Como otros muchos vocablos de la terminología liberal, entre los que la propia palabra «liberal» sería el primer ejemplo (v. LIBERALISMO), es una voz de origen español, destinada a difundirse por casi todos los idiomas del mundo civilizado.

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El término progresista fue empleado por primera vez en 1834, por el orador Salustiano Olózaga, para designar al grupo de liberales más amantes de una política de reformas. No olvidemos que entonces «reformas» y «progreso» eran consideradas una sola cosa. Con todo, la realidad histórica del progresismo se remonta a fechas anteriores. Podemos encontrar sus raíces en las Cortes de Cádiz (véase esta voz en la enciclopedia) de 1810-14, donde, junto a la oposición entre liberales y realistas, se echa de ver un germen de división de los propios liberales entre sí. Frente a los innovadores templados, como Muñoz Torrero, Luján, Espiga o Pérez de Castro, se levanta un grupo exaltado que propugna la revolución ideológico-política casi a estilo jacobino, entre cuyos componentes podríamos contar al conde de Toreno, Martínez de la Rosa o García Herrero. Con todo, la común oposición a los realistas impidió que la escisión interliberal trascendiera.

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Tuvo que llegar el trienio constitucional (1820-22) para que se viese consagrado el bipartidismo liberal en España. La célebre sesión parlamentaria de las páginas (9 sept. 1820) consagró oficialmente la existencia de dos grupos políticos contrapuestos, dentro de su común aceptación del régimen constitucional: los doceañistas y los veintenos; o bien, por sus tendencias, los moderados y los exaltados. La mayoría de los hombres de las Cortes de Cádiz (véase esta voz en la enciclopedia), incluyendo a muchos de los exaltados de entonces, como Toreno y Martínez de la Rosa, se encontraban en las filas del moderantismo, desbordados por una nueva generación, menos «ilustrada» y más romántica, en que figuran Riego, Evaristo San Miguel, Alcalá Galiano, Alvarez Mendizábal, Moreno Guerra y Romero Alpuente. Son estos hombres, excepto Alcalá Galiano, que acabaría refluyendo al partido moderado, los verdaderos fundadores del partido progresista histórico.

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El nombre surgió, como ya se ha dicho, a comienzos de la regencia de María Cristina de Borbón (véase esta voz en la enciclopedia), cuando se implanta definitivamente el régimen liberal en España. Por entonces, y especialmente en 1834-36, el progresista era el liberal propiamente dicho, el auténtico y sincero; en tanto que por moderado se entendía «menos liberal» o incluso liberal a medias. De aquí que el partido que dirigen ahora Mendizábal, Olózaga o Calatrava, se denomine indistintamente progresista o a secas liberal. Con lo cual, el deslizamiento hacia la izquierda que experimenta el régimen durante los primeros años de la regencia de María Cristina aparece en la publicística de la época como una simple tendencia hacia la ortodoxia liberalista.

Los progresistas en el poder y en la oposición

Desde 1835, gobierna un progresista neto: Juan Alvarez Méndez, más conocido por Mendizábal (véase esta voz en la enciclopedia). Obra suya es la Desamortización (véase esta voz en la enciclopedia), dirigida más contra la Iglesia que contra la nobleza terrateniente; así como la tendencia a la demagogia y a la inflación del parlamentarismo. El predominio de los progresista, sin embargo, iba a durar poco, y se reduce prácticamente a los gobiernos de Mendizábal y Calatrava. Los moderados encontraron en el doctrinarismo (véase esta voz en la enciclopedia) un principio político más moderno y práctico, con el que apoyados también en su superioridad socioeconómica iban a gobernar durante más tiempo que sus contrarios. La revuelta militar del general Espartero (véase esta voz en la enciclopedia), integrado en las filas del progresismo, dio a éste la primacía en 1840. Pero la política personalista del general, que dejó a un lado a las principales figuras del partido -Mendizábal, Cortina, J. M. López, Madoz-, no permite hablar en sentido estricto de un gobierno progresista. Espartero fue derribado, en 1843, por una coalición de progresista y moderados, en la que aquéllos (López, Olózaga) presidieron los primeros gobiernos; pero la acusación promovida contra Olózaga de haber violentado la voluntad de la joven reina Isabel II (véase esta voz en la enciclopedia) para obtener la disolución de las Cortes condujo al descrédito de aquel político, y con él al de su partido.

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Los moderados gobernaron así durante la mayor parte del reinado de Isabel lI (véase esta voz en la enciclopedia), mientras los progresista, que sólo ocuparon el poder tres años, de un total de 24, se convirtieron por rutina en una típica fuerza de oposición, con sus vicios correspondientes: crítica destructiva, abundancia de tópicos y carencia de un auténtico programa de gobierno. Anclados en los dogmas políticos de principios de siglo, repitiendo las mismas vaguedades que en la revolución de 1820, aparecen ante muchas conciencias de la época como una fuerza trasnochada; nada tiene de particular que numerosos publicistas (S. Miñano, Mesonero Romanos, Rico y Amat) vean en los progresista a los «viejos», en tanto la juventud se adscribe a las filas del moderantismo.

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La escasez de ideas constructivas la suplieron los «hombres del progreso», como a sí mismos se llamaban, con una capacidad muy grande para conspirar y con una tendencia a la demagogia y al contacto con el bajo pueblo, que les diferenciaba radicalmente del partido contrario. Esta tendencia les permitió contar con una clientela popular nada despreciable en los grandes núcleos urbanos. Con todo, los infinitos movimientos revolucionarios -pronunciamientos, jornadas- que promovieron fracasaron casi siempre por falta de respaldo, de organización y de coordinación. Sólo en julio de 1854, el desgaste y los exclusivismos de los moderados contribuyen al éxito de la revolución, que iba a permitir a los progresista, con Espartero, Cortina, Olózaga, Escosura y Madoz, ocupar el poder por espacio de dos años (bienio progresista). Fue sin duda la mejor ocasión que tuvo el partido para afianzarse en el poder y tratar de formalizar una política. Pero faltaban ideas y sobraban discrepancias. El gobierno se escindía entre los partidarios de hacer y los de dejar hacer. La nueva Constitución se discutió durante dos años, y no habría de promulgarse, porque llegaría antes el relevo del régimen. Se restableció la Milicia Nacional, se prosiguió la obra desamortizadora y se tomaron medidas anticlericales, con la consiguiente ruptura del Concordato de 1851.

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Se trató de fomentar el desarrollo económico, con decretos que si favorecieron la capitalización y el tendido de vías férreas, hicieron caer a la economía española en manos de capitales extranjeros. Y hubo un asomo de preocupación social, no de política social, que las doctrinas del laissez faire no hubieran permitido jamás a los progresistas. Fueron las revueltas obreristas y campesinas de Barcelona y Castilla la Vieja, en el verano de 1855, las que más contribuyeron a dividir, y a desprestigiar, por su ineficacia, al gobierno. Aquel fracaso abocó al desarrollo de un partido nuevo, el demócrata, que heredaría los principios teóricos del progresismo, pero en un sentido más amplio, y, sobre todo, con un programa mucho más elaborado y coherente.

Decad
encia del partido

En 1856, Isabel II llamó al poder a los moderados, que desde entonces turnaron en el gobierno con un nuevo grupo centrista, la Unión Liberal, que dirigía O’Donnell (véase esta voz en la enciclopedia). Con ello, los progresista quedaron una vez más fuera del poder, y sin grandes esperanzas de recuperarlo, como no fuera mediante la revolución. El momento más bajo del partido tuvo lugar, tal vez, durante el quinquenio 1858-62 -los «cinco años gloriosos» de los unionistas-, en que O’Donnell demostró que era posible gobernar con una política anchamente liberal, sin necesidad de demagogias ni de solemnes declamaciones. Pero las circunstancias fueron cambiando a partir de 1863. Por un lado, la monarquía de Isabel II se inclinaba cada vez más en favor de los moderados, con lo que los unionistas tendían a convertirse en grupo de oposición, para terminar conspirando al lado de los progresistas. Por otra, la crisis económica, que se manifestó en los años siguientes, facilitó la recluta de descontentos.

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De aquella labor de captación, pese a que el partido demócrata se movía en una línea ideológica mucho más evolucionada, tanto en lo político como en lo social, los progresista tuvieron mayor fortuna, ya fuese por su tradición popular o populachera, ya porque los demócratas parecían en un principio un grupo excesivamente intelectual. A partir de 1866, los intentos de insurrección son continuos. El iniciado el 18 sept. 1868, que derriba a Isabel II, fue un hecho de masas, en gran parte, por el número de simpatizantes con que contaban los progresista, y por la aureola de popularidad que rodeaba a su principal caudillo, el general Prim (véase esta voz en la enciclopedia). Por ello no es de extrañar que en las elecciones generales que siguieron a la revolución (V. REVOLUCI?N DE 1868), las primeras en que se aplicó en España el sufragio universal, obtuvieran los progresista considerable mayoría. Fue la última gran ocasión del partido para dar forma concreta a sus aspiraciones. Prim maniobró hábilmente entre los unionistas, que pretendían mantener la monarquía y la dinastía, y los demócratas, que querían implantar la república, para mantener la monarquía y cambiar la dinastía. Fue así como llegó a reinar en España Amadeo I (véase esta voz en la enciclopedia). Pero el asesinato de Prim y la escasa popularidad de aquel monarca arruinaron definitivamente al partido, escindido en multitud de grupos y carente ya de un jefe indiscutible. Desde entonces desaparece el nombre de progresismo para designar a una agrupación política concreta, y no volvería a aparecer, aunque con un significado muy distinto y efímera vida, hasta 1931, con Alcalá Zamora (véase esta voz en la enciclopedia) y Miguel Maura.

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Entre sus hombres más destacados cabe citar a militares como Espartero y Prim, oradores como Olózaga,eruditos como Madoz y literatos como García Gutiérrez y Hartzenbusch; pero su aportación, en líneas generales, se nos aparece un tanto modesta, si la comparamos con la del partido moderado. El casi continuo fracaso de los progresista podríamos explicarlo tanto por la debilidad constitutiva del propio partido, como por sus defectos específicos: el carácter «oposicionista», o la incoherencia y vaguedad de sus puntos doctrinales. Aun así, el progresismo contó siempre, incluso después de su muerte, con un sortilegio especial, casi mítico, al que no debe ser ajena la sugestión de su propio nombre. Por ello, quizá no sea exagerado afirmar que el principal legado histórico de los progresista es la palabra inventada por Olózaga, y que hoy sirve en el mundo entero para designar a todos los movimientos de vanguardia.

Progresistas en España en Relación a Política

En este contexto, a efectos históricos puede ser de interés lo siguiente: [1] Origen del partido. Aunque el término se emplea hoy en sentido amplio para designar todo movimiento político o ideológico de tendencias consideradas «avanzadas» (véase en la presente referencia sobre España lo siguiente: PROGRESISMO), nació como denominación de un partido político, que, junto con el moderado (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), juega un papel fundamental en la historia de España del s. XIX. Como otros muchos vocablos de la terminología liberal, entre los que la propia palabra «liberal» sería el primer ejemplo (véase en la presente referencia sobre España lo siguiente: LIBERALISMO), es una voz de origen español, destinada a difundirse por casi todos los idiomas del mundo civilizado.
El término progresista fue empleado por primera vez en 1834, por el orador Salustiano Olózaga, para designar al grupo de liberales más amantes de una política de reformas. No olvidemos que entonces «reformas» y «progreso» eran consideradas una sola cosa. Con todo, la realidad histórica del progresismo se remonta a fechas anteriores. Podemos encontrar sus raíces en las Cortes de Cádiz (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) de 1810-14, donde, junto a la oposición entre liberales y realistas, se echa de ver un germen de división de los propios liberales entre sí. Frente a los innovadores templados, como Muñoz Torrero, Luján, Espiga o Pérez de Castro, se levanta un grupo exaltado que propugna la revolución ideológico-política casi a estilo jacobino, entre cuyos componentes podríamos contar al conde de Toreno, Martínez de la Rosa o García Herrero. Con todo, la común oposición a los realistas impidió que la escisión interliberal trascendiera.
Tuvo que llegar el trienio constitucional (1820-22) para que se viese consagrado el bipartidismo liberal en España. La célebre sesión parlamentaria de las páginas (9 sept. 1820) consagró oficialmente la existencia de dos grupos políticos contrapuestos, dentro de su común aceptación del régimen constitucional: los doceañistas y los veintenos; o bien, por sus tendencias, los moderados y los exaltados. La mayoría de los hombres de las Cortes de Cádiz (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), incluyendo a muchos de los exaltados de entonces, como Toreno y Martínez de la Rosa, se encontraban en las filas del moderantismo, desbordados por una nueva generación, menos «ilustrada» y más romántica, en que figuran Riego, Evaristo San Miguel, Alcalá Galiano, Alvarez Mendizábal, Moreno Guerra y Romero Alpuente. Son estos hombres, excepto Alcalá Galiano, que acabaría refluyendo al partido moderado, los verdaderos fundadores del partido progresistas histórico.
El nombre surgió, como ya se ha dicho, a comienzos de la regencia de María Cristina de Borbón (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), cuando se implanta definitivamente el régimen liberal en España. Por entonces, y especialmente en 1834-36, el progresistas era el liberal propiamente dicho, el auténtico y sincero; en tanto que por moderado se entendía «menos liberal» o incluso liberal a medias. De aquí que el partido que dirigen ahora Mendizábal, Olózaga o Calatrava, se denomine indistintamente progresistas o a secas liberal. Con lo cual, el deslizamiento hacia la izquierda que experimenta el régimen durante los primeros años de la regencia de María Cristina aparece en la publicística de la época como una simple tendencia hacia la ortodoxia liberalista.
Los progresistas en el poder y en la oposición. Desde 1835, gobierna un progresistas neto: Juan Alvarez Méndez, más conocido por Mendizábal (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). Obra suya es la Desamortización (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), dirigida más contra la Iglesia que contra la nobleza terrateniente; así como la tendencia a la demagogia y a la inflación del parlamentarismo. El predominio de los p., sin embargo, iba a durar poco, y se reduce prácticamente a los gobiernos de Mendizábal y Calatrava. Los moderados encontraron en el doctrinarismo (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) un principio político más moderno y práctico, con el que apoyados también en su superioridad socioeconómica iban a gobernar durante más tiempo que sus contrarios. La revuelta militar del general Espartero (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), integrado en las filas del progresismo, dio a éste la primacía en 1840. Pero la política personalista del general, que dejó a un lado a las principales figuras del partido -Mendizábal, Cortina, J. M. López, Madoz-, no permite hablar en sentido estricto de un gobierno progresista. Espartero fue derribado, en 1843, por una coalición de progresistas y moderados, en la que aquéllos (López, Olózaga) presidieron los primeros gobiernos; pero la acusación promovida contra Olózaga de haber violentado la voluntad de la joven reina Isabel II (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) para obtener la disolución de las Cortes condujo al descrédito de aquel político, y con él al de su partido.
Los moderados gobernaron así durante la mayor parte del reinado de Isabel lI (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), mientras los p., que sólo ocuparon el poder tres años, de un total de 24, se convirtieron por rutina en una típica fuerza de oposición, con sus vicios correspondientes: crítica destructiva, abundancia de tópicos y carencia de un auténtico programa de gobierno. Anclados en los dogmas políticos de principios de siglo, repitiendo las mismas vaguedades que en la revolución de 1820, aparecen ante muchas conciencias de la época como una fuerza trasnochada; nada tiene de particular que numerosos publicistas (S. Miñano, Mesonero Romanos, Rico y Amat) vean en los progresistas a los «viejos», en tanto la juventud se adscribe a las filas del moderantismo.
La escasez de ideas constructivas la suplieron los «hombres del progreso», como a sí mismos se llamaban, con una capacidad muy grande para conspirar y con una tendencia a la demagogia y al contacto con el bajo pueblo, que les diferenciaba radicalmente del partido contrario. Esta tendencia les permitió contar con una clientela popular nada despreciable en los grandes núcleos urbanos. Con todo, los infinitos movimientos revolucionarios -pronunciamientos, jornadas- que promovieron fracasaron casi siempre por falta de respaldo, de organización y de coordinación. Sólo en julio de 1854, el desgaste y los exclusivismos de los moderados contribuyen al éxito de la revolución, que iba a permitir a los p., con Espartero, Cortina, Olózaga, Escosura y Madoz, ocupar el poder por espacio de dos años (bienio progresista). Fue sin duda la mejor ocasión que tuvo el partido para afianzarse en el poder y tratar de formalizar una política. Pero faltaban ideas y sobraban discrepancias. El gobierno se escindía entre los partidarios de hacer y los de dejar hacer. La nueva Constitución se discutió durante dos años, y no habría de promulgarse, porque llegaría antes el relevo del régimen. Se restableció la Milicia Nacional, se prosiguió la obra desamortizadora y se tomaron medidas anticlericales, con la consiguiente ruptura del Concordato de 1851.
Se trató de fomentar el desarrollo económico, con decretos que si favorecieron la capitalización y el tendido de vías férreas, hicieron caer a la economía española en manos de capitales extranjeros. Y hubo un asomo de preocupación social, no de política social, que las doctrinas del laissez faire no hubieran permitido jamás a los progresistas. Fueron las revueltas obreristas y campesinas de Barcelona y Castilla la Vieja, en el verano de 1855, las que más contribuyeron a dividir, y a desprestigiar, por su ineficacia, al gobierno. Aquel fracaso abocó al desarrollo de un partido nuevo, el demócrata, que heredaría los principios teóricos del progresismo, pero en un sentido más amplio, y, sobre todo, con un programa mucho más elaborado y coherente.
Decadencia del partido. En 1856, Isabel II llamó al poder a los moderados, que desde entonces turnaron en el gobierno con un nuevo grupo centrista, la Unión Liberal, que dirigía O’Donnell (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). Con ello, los progresistas quedaron una vez más fuera del poder, y sin grandes esperanzas de recuperarlo, como no fuera mediante la revolución. El momento más bajo del partido tuvo lugar, tal vez, durante el quinquenio 1858-62 -los «cinco años gloriosos» de los unionistas-, en que O’Donnell demostró que era posible gobernar con una política anchamente liberal, sin necesidad de demagogias ni de solemnes declamaciones. Pero las circunstancias fueron cambiando a partir de 1863. Por un lado, la monarquía de Isabel II se inclinaba cada vez más en favor de los moderados, con lo que los unionistas tendían a convertirse en grupo de oposición, para terminar conspirando al lado de los progresistas. Por otra, la crisis económica, que se manifestó en los años siguientes, facilitó la recluta de descontentos.
De aquella labor de captación, pese a que el partido demócrata se movía en una línea ideológica mucho más evolucionada, tanto en lo político como en lo social, los progresistas tuvieron mayor fortuna, ya fuese por su tradición popular o populachera, ya porque los demócratas parecían en un principio un grupo excesivamente intelectual. A partir de 1866, los intentos de insurrección son continuos. El iniciado el 18 sept. 1868, que derriba a Isabel II, fue un hecho de masas, en gran parte, por el número de simpatizantes con que contaban los p., y por la aureola de popularidad que rodeaba a su principal caudillo, el general Prim (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). Por ello no es de extrañar que en las elecciones generales que siguieron a la revolución (véase en la presente referencia sobre España lo siguiente: REVOLUCIÓN DE 1868), las primeras en que se aplicó en España el sufragio universal, obtuvieran los progresistas considerable mayoría. Fue la última gran ocasión del partido para dar forma concreta a sus aspiraciones. Prim maniobró hábilmente entre los unionistas, que pretendían mantener la monarquía y la dinastía, y los demócratas, que querían implantar la república, para mantener la monarquía y cambiar la dinastía. Fue así como llegó a reinar en España Amadeo I (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). Pero el asesinato de Prim y la escasa popularidad de aquel monarca arruinaron definitivamente al partido, escindido en multitud de grupos y carente ya de un jefe indiscutible. Desde entonces desaparece el nombre de progresismo para designar a una agrupación política concreta, y no volvería a aparecer, aunque con un significado muy distinto y efímera vida, hasta 1931, con Alcalá Zamora (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) y Miguel Maura.
Entre sus hombres más destacados cabe citar a militares como Espartero y Prim, oradores como Olózaga,eruditos como Madoz y literatos como García Gutiérrez y Hartzenbusch; pero su aportación, en líneas generales, se nos aparece un tanto modesta, si la comparamos con la del partido moderado. El casi continuo fracaso de los progresistas podríamos explicarlo tanto por la debilidad constitutiva del propio partido, como por sus defectos específicos: el carácter «oposicionista», o la incoherencia y vaguedad de sus puntos doctrinales. Aun así, el progresismo contó siempre, incluso después de su muerte, con un sortilegio especial, casi mítico, al que no debe ser ajena la sugestión de su propio nombre. Por ello, quizá no sea exagerado afirmar que el principal legado histórico de los progresistas es la palabra inventada por Olózaga, y que hoy sirve en el mundo entero para designar a todos los movimientos de vanguardia.[rbts name=»politica»]

Recursos

Notas y Referencias

  1. Basado parcialmente en el concepto y descripción sobre progresistas (españa) en la Enciclopedia Rialp (f. autorizada), Editorial Rialp, 1991, Madrid

Véase También

Bibliografía

A. BORREGO, De la organización de los partidos políticos en España, Madrid 1855; F. SUÁREZ, El régimen liberal español, Santiago 1951; L. SÁNCHEZ AGESTA, Historia del constitucionalismo español, Madrid 1955; A. EIRAS, El partido demócrata español, Madrid 1961; A. JUTGLAR, Ideologías y clases en la España contemporánea, Barcelona 1969.

Recursos

Bibliografía

a. Borrego, de la Organización de los Partidos Políticos en España, Madrid 1855; f. Suárez, el Régimen Liberal Español, Santiago 1951; l. Sánchez Agesta, Historia del Constitucionalismo Español, Madrid 1955; a. Eiras, el Partido Demócrata Español, Madrid 1961; a. Jutglar, Ideologías y Clases en la España Contemporánea, Barcelona 1969.

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