Guerra de las Comunidades

La Guerra de las Comunidades de Castilla en España en España

Aquí se ofrecen, respecto al derecho español, referencias cruzadas, comentarios y análisis sobre Guerra de las Comunidades. [aioseo_breadcrumbs][rtbs name=»derecho-home»] Levantamiento que estalló en Castilla en 1520-21, tras la partida de Carlos I hacia Alemania.

Fue consecuencia de unas causas de fondo (la crisis que experimentaba el reino de Castilla desde la muerte de Isabel la Católica en 1504) y de unas causas inmediatas (la decepción provocada por los primeros meses del reinado personal de Carlos I).

Desde el 1504, el equilibrio conseguido en Castilla por los Reyes Católicos se vio amenazado desde diversas posiciones. En el aspecto económico, hay que tener presentes las diversas malas cosechas y las epidemias seguidas de grandes mortandades que se habían producido desde principios de siglo, y las fuertes fluctuaciones de los precios en 1510-21. Los pequeños industriales y los comerciantes de las ciudades interiores (Segovia, Toledo, Cuenca) reclamaron, contra los exportadores de lana y los comerciantes de Sevilla y Burgos, una política económica proteccionista. Desde el punto de vista político, la muerte de Fernando el Católico (1516) abrió un período de crisis, latente desde el 1504: el sucesor, el príncipe Carlos de Gante, nieto de los Reyes Católicos, que residía en Flandes, no llegó a Castilla hasta el otoño del 1517, y en 1516, como en 1506, la alta nobleza castellana procuró recuperar la influencia política que había perdido en tiempo de los Reyes Católicos, mientras los otros estamentos, inquietos, esperaban que el gobierno personal de Carlos I, a partir del otoño del 1517 restableciera la normalidad política y el orden público.

El nuevo soberano, sin embargo, decepcionó sus deseos. Los flamencos (sobre todo Chièvres) dilapidar el tesoro real y se distribuyeron los cargos públicos y las dignidades eclesiásticas: la muerte de Cisneros, el arzobispado de Toledo, el más rico del reino, fue atribuido a un sobrino de Chièvres. En 1519, Carlos I fue elegido emperador; a continuación manifestó el deseo de ir a Aquisgrán para ser allí coronado y decretó un aumento de las cargas fiscales para hacer frente a las nuevas obligaciones derivadas de su elección.

La ciudad de Toledo, enojada por las disposiciones del monarca, inició una campaña contra la nueva fiscalización y la política imperial. En las cortes de Santiago-A Coruña (marzo-abril de 1520), Carlos I tuvo que recurrir a las presiones personales y a la corrupción para obtener que se votara la creación de un nuevo servicio; cuando el 20 de mayo salió del reino, Castilla estaba en plena agitación: se produjeron motines en Toledo, Segovia, Burgos, Guadalajara, etc. Toledo propuso una reunión de las poblaciones que tenían representantes en cortes a fin de confirmar los derechos y los privilegios del país contra las ambiciones dinásticas del monarca, al considerar que la política real era contraria a los intereses de Castilla.

Extendida la lucha armada, una asamblea revolucionaria, La Santa Junta, se constituyó en Ávila (agosto de 1520) bajo la presidencia de Pedro Lasso de la Vega. Después del incendio de Medina del Campo por las tropas reales, la asamblea se trasladó a Tordesillas, donde residía la reina madre Juana, que los comuneros intentaron, sin éxito, que se opusiera a su hijo.

A finales del verano de 1520, los comuneros habían conseguido atraer a su causa una gran parte de Castilla, pero la situación experimentó una notable evolución a lo largo del otoño de ese mismo año. El movimiento comunero nacido en los núcleos urbanos se extendió al campo: en varios lugares de Castilla la Vieja los campesinos se sublevaron contra sus señores. Esta ola antifeudal asustó a la aristocracia, que se había mantenido neutral, y desde entonces se opuso a las pretensiones de los comuneros. Al mismo tiempo, Carlos I nombró el condestable y el almirante de Castilla gobernadores del reino, junto al cardenal Adrià. De esta manera asociaba la aristocracia a la tarea de gobierno, y los comuneros tuvieron que luchar no sólo contra el poder real, sino también contra la nobleza.

La situación de los sublevados empeoró en otoño de 1520 cuando la alta burguesía mercantil de Burgos rompió la solidaridad con la Junta y se alió con la aristocracia y el poder real. Desde entonces se puede considerar perdida la causa de los comuneros: fueron vencidos en Tordesillas (5 de diciembre de 1520) y, a pesar de la victoria de Torrelobatón, fueron derrotados definitivamente en Villalar (21 de abril de 1521), y los líderes más importantes, Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, ejecutados (24 de abril). Toledo resistió todavía nueve meses bajo la dirección de María Pacheco, la viuda de Padilla.

La revolución de los comuneros tiene unas características bien definidas. Geográficamente, opuso el centro de Castilla (Toledo, Segovia, Valladolid, Palencia) a la periferia (Burgos y Andalucía quedaron como territorios fieles al poder real tras un período de duda). Socialmente, agrupó la burguesía industrial, los artesanos, los comerciantes, los obreros, los letrados, pero tuvo que hacer frente a la oposición de la burguesía mercantil y a los nobles, asociados en torno a los beneficios del mercado de la lana. Un grupo de campesinos aprovechó la ocasión para intentar escapar a las servidumbres del régimen señorial. Políticamente, los comuneros amenazaron los privilegios alcanzados, en el gobierno municipal, por patriciado urbano; elaboraron y llevaron a la práctica una constitución que limitaba notablemente el poder real: pretendían establecer un gobierno representativo, el de las clases medias, el de la burguesía, en un país donde la burguesía era débil y estaba profundamente dividida.

Dejando de lado el mencionado proyecto de constitución de la Junta general, los comuneros no llegaron a proponer alternativa al orden vigente. Sus reivindicaciones políticas no tuvieran un programa económico capaz de interesar a la burguesía mercantil. La suerte de la revolución quedó decidida en otoño de 1520, cuando los juristas de la Junta y los fabricantes de Segovia perdieron el control de Burgos: la burguesía mercantil, la única que tenía un notable poder en Castilla, no creyó posible la victoria.

Las Comunidades fueron, pues, una revolución moderna pero prematura, porque intentó dar el poder político a una burguesía todavía débil que, donde era prepotente y dinámica, prefería la tutela de la monarquía y la alianza con la aristocracia. El fracaso de este intento revolucionario acentuó la debilidad de esta burguesía y comprometió seriamente el porvenir. La derrota de Villalar consagró el triunfo de la monarquía.

La revolución de las Comunidades, objeto de numerosas crónicas y relaciones oficiales hasta la gran síntesis de Sandoval en el siglo XVII, fue prácticamente mantenida en silencio hasta los primeros años del siglo XIX, a partir de los cuales ha sido de nuevo revivificada apasionadamente en poesía, teatro, discursos políticos, estudios históricos, pintura (Antoni Gisbert), etc. Esta corriente arranca de los medios intelectuales liberales (Quintana, Martínez de la Rosa, Antonio Puigblanch, Víctor Balaguer), para los que los fines de la revolución eran ensalzados como mártires de la libertad y de la lucha por la independencia nacional castellana.

La contraréplica a la interpretación liberal tomó cueropo a fines del siglo XIX y fue expuesta públicamente (al marge, sin embargo, de la numerosa publicación de fuentes documentales activada desde mediados de siglo, en especial por Manuel Danvila) desde Angel Ganivet —que motivó una dura crítica de Manuel Azaña— a Gregorio Marañón: los comuneros dejaban de ser revolucionarios para pasar a ser conservadores con una visión estrecha, y la revolución no era más que una algarada feudal. La interpretación marxista tiende a ver una revolución moderna llevada básicamente por la burguesía castellana para imponer ciertos derechos políticos.

Revuelta y guerra de las Comunidades

Revuelta y guerra de las Comunidades, levantamiento que tuvo lugar entre 1520 y 1521, protagonizado por las ciudades del interior de la Corona de Castilla.

La rebelión comunera ha sido interpretada por algunos estudiosos como moderna y de carácter revolucionario, en tanto que habría intentado modificar, de forma profunda, las relaciones de fuerza y la organización del poder político; para otros, en cambio, no fue sino el último de los múltiples levantamientos ciudadanos de la baja edad media castellana, un periodo en el que fueron frecuentes los intentos de distintos sectores por frenar la expansión del poder real. Su complejidad se manifiesta también en la índole de las reivindicaciones, pues al carácter esencialmente político de las mismas, se unen una serie de elementos antiseñoriales que permiten conectarlo con las precedentes Hermandades de las ciudades de Castilla. En cuanto a su extensión geográfica, es necesario restringirlo a las dos mesetas, dejando a un lado motines o levantamientos periféricos, que poco tuvieron que ver con él.

Aunque pueden rastrearse elementos de descontento urbano en el reinado de los Reyes Católicos, el origen de la revuelta comunera se encuentra, más bien, en la crisis castellana que tuvo lugar tras la muerte de Isabel I la Católica (1504), que puso en cuestión el equilibrio social y político logrado en los años anteriores. En la época de las regencias (1504-1517), salieron a la luz una serie de problemas, aún no definitivamente resueltos, como el descontento de parte de la nobleza por la restricción de su poder político; el antagonismo existente entre los dos sectores principales de la incipiente burguesía —grandes comerciantes, interesados en la exportación de la lana en bruto, y manufactureros, que deseaban incrementar la cuota de lana disponible para la floreciente industria textil castellana—; el malestar de los conversos por el rigor de la Inquisición, creada en 1480; o las tensiones existentes en las ciudades, en las que el monopolio del poder político estaba en manos de determinados clanes y grupos, en perjuicio de otros y de los sectores sociales emergentes, tras un periodo de prosperidad económica en Castilla. Estos hechos, junto al protonacionalismo del clero y su descontento por la presión fiscal de la Corona o la concesión de beneficios a los no castellanos; los intereses, ambiciones y motivos personales de algunos miembros de la media y baja nobleza; o el descontento popular por la presión fiscal y el alza de precios, explican las causas profundas del levantamiento.

Tras la muerte de Fernando el Católico (1516) y la regencia del cardenal Cisneros (1516-1517), los abusos de los acompañantes flamencos del nuevo rey, Carlos I, incrementaron las tensiones. Frente al reinado de los Reyes Católicos, que comenzaba a ser mitificado, la perspectiva de un rey extranjero, que aspiraba a ser elegido emperador, hacía prever largas ausencias de Castilla y una posible subordinación de los intereses castellanos a los de Flandes o el Sacro Imperio. Las presiones del rey, joven, inexperto y desconocedor del castellano, para conseguir la votación de servicios en las Cortes de Valladolid (1518) y de Santiago-La Coruña (1520) actuaron como desencadenantes.

A pesar de la existencia de diversas posturas, desde las más moderadas a las radicales, la revuelta se articuló esencialmente en una serie de reivindicaciones tendentes a reforzar el papel político del reino, representado por las Cortes, ante la fuerza creciente del rey. En los diversos municipios, los anteriores regimientos fueron sustituidos por otros, al tiempo que se constituía una Junta Santa, que se arrogaba el carácter de Cortes de Castilla. Las reivindicaciones de carácter económico tendían a la protección de la industria textil frente a los intereses de los exportadores. No en vano, Burgos, la gran ciudad mercantil, abandonó pronto el levantamiento. La revuelta, en la que participaban sectores muy variados, expresaba esencialmente el malestar de las capas medias de las ciudades: industriales, artesanos, bachilleres y licenciados, letrados, miembros del clero bajo y de las órdenes religiosas. Era un movimiento esencialmente urbano, pero en el verano de 1520 fue secundado, en el mundo rural, por la insurrección de muchos territorios de señorío, lo que contribuyó decisivamente al alineamiento de los nobles en el bando realista.

Iniciada en Toledo, la rebelión se fue extendiendo progresivamente por las ciudades castellanas de las cuencas del Duero y Tajo. La Junta estuvo inicialmente en Ávila, y después en Tordesillas (Valladolid). El incendio de Medina del Campo por las tropas realistas, el 21 de agosto de 1520, hizo que muchas ciudades, entre ellas Valladolid, se sumaran a la rebelión. Tras la caída de Tordesillas, a comienzos de diciembre, Valladolid fue sede de la Junta. En esta fase final, el predominio estuvo en manos de los comuneros más radicales. Carentes de un ejército bien organizado, los comuneros no libraron grandes batallas y su mayor éxito fue la toma de Torrelobatón (Valladolid) el 21 de febrero de 1521. Finalmente, fueron derrotados definitivamente por las tropas realistas, en las que la alta nobleza tenía una participación decisiva, en la localidad vallisoletana de Villalar el 23 de abril de 1521. Toledo, con María Pacheco a la cabeza, resistió aún durante seis meses.

La derrota comunera incrementó en Castilla el poder real, que no volvería a encontrar obstáculos importantes. Sin embargo, no supuso la decadencia de las Cortes, ni la de las ciudades. Tras los castigos de los principales cabecillas, iniciados con el ajusticiamiento de Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, un perdón general contribuyó a cerrar las heridas. La prosperidad castellana continuó en las décadas siguientes, aunque el incremento del poder de la nobleza señorial, la fuerte dependencia del poder real y la ausencia de una política proteccionista suponían una importante hipoteca para el futuro.

Castilla después del conflicto de las Comunidades

El movimiento de las Comunidades de Castilla dio comienzo en 1520 y fue derrotado al año siguiente por las tropas realistas del rey Carlos I, emperador asimismo del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V. El historiador francés Joseph Pérez dedicó una de sus más destacadas obras al estudio de la revuelta y consiguiente guerra comunera, calificadas por él de revolución. A continuación se reproduce el epígrafe en el que analizaba la situación de la Corona de Castilla una vez finalizado el conflicto comunero. En él se puede leer la polémica frase: “Son muchos los que sitúan en 1520 el punto de partida de la decadencia de España”. [1]

Los Antecedentes del Municipio en La Guerra de las Comunidades y su transplante a México

En la historia del municipio español descuella el episodio de la llamada Guerra de las Comunidades, registrada en 1518 y 1519 entre las fuerzas reales y los comuneros de Castilla y Aragón, donde años atrás se habían organizado las célebres comunidades, como se denominaba a las organizaciones políticas de poblaciones que se asociaban para defender sus fueros y privilegios, eventualmente consignados en sus cartas-pueblas, y que en ocasiones llegaron a tomar partido en las pugnas habidas entre unos príncipes contra otros; destacaron entre dichas comunidades la de Teruel —que en 1429 se componía de 89 poblaciones—, y la de Toledo, cuyo regidor, Juan de Padilla, encabezó la rebelión que devino en la Guerra de las Comunidades.

Resulta paradójico que el municipio español trasplantado por Hernán Cortés ala Villa Rica de la Vera Cruz en 1519 se desarrolle vigoroso en tierras mexicanas, mientras agoniza en los campos de Castilla y, por fin se le conduce al patíbulo de la plaza de Villalar el 24 de abril de 1521. Empero, la rebelión comunera de Castilla, más que un movimiento municipal, representó un movimiento nacionalista exacerbado por la renuencia de Carlos de Gante, luego Carlos I de España y V de Alemania, para residir en tierras hispanas, así como por su proclividad a conferir a extranjeros los principales cargos públicos, cuyos beneficiarios, flamencos en su mayoría, cometían latrocinios y abusos sin límite, y remitían los productos sin disimulo a Flandes. Manuel Fernández Álvarez, en su acucioso análisis sobre la hispanización de Carlos V, confiere a la Guerra de las Comunidades mayor importancia por su significado que por su fuerza, y estima que la acción de Villalar —en realidad una escaramuza y no una batalla— acabó, salvo en el caso de Toledo, con el movimiento comunero en Castilla, cuya popularidad ha resistido el paso de los siglos, por lo que pocos personajes han quedado tan profundamentamente grabados en el alma colectiva hispana como Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, degollados, como dijera el segundo de ellos, «no por traidores, sino por defender las libertades del reino».

El movimiento comunero es interpretado por Fernández Álvarez como algo muy complejo, habida cuenta de los factores nacionales, religiosos y políticos que lo determinaron; nacionales, por la repulsa que entraña al aire extranjerizante con que llega a Castilla Carlos V con su camarilla de consejeros flamencos, entre quienes reparte los puestos principales; factores religiosos identificados en el respaldo dado al movimiento por el bajo clero castellano; factores políticos representados en la batalla que libran las ciudades para imponerse a la corona y a la nobleza; pero sobre todo, con un gran respaldo popular. Como bien observa Manuel Fernández Álvarez, el proceso histórico de las comunidades hispanas se advierte vertebrado por el apoyo del pueblo otorgado a la rebelión iniciada por las ciudades, encabezada por los Padilla, los Maldonado y los Ulloa, en cuyas filas militan curas y frailes al lado de gente del pueblo de los más variados oficios.

Al margen de los derroteros que, de haber triunfado, hubiera tomado la revolución, es dable afirmar que las comunidades se vieron caracterizadas por dos factores definitivos, a saber: el sentimiento nacional, por un lado, y el propósito de los moradores de las ciudades, es decir, de los ciudadanos, de asumir el poder; por ello afirma Fernández Álvarez: Así observamos que el movimiento tenía algo muy de los tiempos: su aire nacional. Y junto a ello, si bien no desde el principio, un anacronismo: el querer desplazar del poder al príncipe, que entonces se imponía por toda Europa.1201 Tras su frustrado intento, al pie del patíbulo, don Juan de Padilla escribió a Toledo, su ciudad natal, una carta del siguiente tenor: A tí, corona de España y la de todo el mundo, desde los altos godos muy libertada. A tí, que por derramamientos de sangres extrañas como de las tuyas cobraste libertad para tí y para tus vecinas ciudades, tu legítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber cómo con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus victorias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner mis hechos entre tus nombradas hazañas, la culpa fue en mi mala dicha y no en mi buena voluntad. La cual como a madre te requiero me recibas, pues Dios no me dio más que perder por tí de lo que aventuré. Más me pesa de tu sentimiento que de mi vida. Pero mira que son veces de la fortuna que jamás tienen sosiego.

Sólo voy con un consuelo muy alegre, que yo el menor de los tuyos morí por tí; y que tú has creado a tus pechos a quien podrá tomar enmienda de mi agravio. Muchas lenguas habrá que mi muerte contarán, que aún yo no la sé, aunque la tengo bien cerca; mi fint e dará testimonio de mi deseo. Mi ánima te encomiendo como patrona de la Cristiandad; del cuerpo no hago nada, pues ya no es mío, ni puedo más escribir, porque al punto que ésta acabo tengo a la garganta el cuchillo, con más pasión de tu enojo que temor de mi pena.

Emilio Castelar compendia las glorias del municipio español de manera épica en las siguientes frases, que no podemos resistirnos a transcribir: El municipio, aunque roto, fue el escollo donde se refugiaron los celto-romanos contra las invasiones de los bárbaros, el municipio fortificó la obra de la Reconquista, pues Sancho García y Fernán González no hubieran podido atravesar las llanuras de Castilla si los plebeyos no los siguen jadeantes para recoger, entre el botín de la victoria, los pergaminos de sus cartas-pueblas; los municipios reunían sus procuradores, fundando la altísima institución de las Cortes, tribuna que es nuestra gloria y nuestro orgullo, al mismo tiempo que sobre su sacratísimo patrimonio, sobre la tierra de los propios, colgaban las cadenas de los siervos, los últimos eslabones rotos de las castas; el Municipio levanta las agujas de la catedral gótica junto a la cincelada sinagoga judía, educa los jurados, engendra los hombres buenos, escribe el Romancero, da al teatro un Alcalde de Zalamea, un héroe más grande que el Agamenón y el Orestes de Esquilo; corta con sus hermandades la cabeza a la hidra del feudalismo; asiste con sus milicias desde Toledo hasta las Navas, desde las Navas hasta la vega de Granada; cuando él perece en el patíbulo de Villalar, en su caballeresca personificación de Padilla, a los golpes de los imperiales, de los flamencos, de los extranjeros, perece la patria, que cabe toda entera con Carlos II en el panteón del Escorial; y cuando él renace con la guerra de la Independencia, renacen las Cortes, renace la dignidad nacional; que el municipio es, ha sido y será siempre, el hogar del pueblo, el árbol secular a cuya sombra han de abrazarse la democracia y la libertad sobre el suelo de la nueva Europa. [2]

Batalla de Villalar (Historia)

Batalla de Villalar, enfrentamiento entre las tropas realistas castellanas y los rebeldes comuneros —en el marco de la revuelta y guerra de las Comunidades—, que tuvo lugar el 23 de abril de 1521 en los campos cercanos a Villalar (en la actualidad, Villalar de los Comuneros, en la provincia española de Valladolid). Los ejércitos realistas del norte y del centro (que defendían los intereses del rey Carlos I, quien como Carlos V era, además, emperador), dirigidos por el condestable y el almirante de Castilla (Íñigo de Velasco y Fadrique Enríquez, respectivamente), así como por otra serie de altos nobles, derrotaron a las tropas comuneras que se encontraban al mando de Juan de Padilla. La indecisión de éste, encerrado en Torrelobatón (Valladolid) en espera de refuerzos, permitió que las tropas realistas se concentraran el 21 de abril en la cercana localidad de Peñaflor (asimismo, en Valladolid).

El día 23, Padilla se puso en marcha hacia Toro (Zamora) en busca de refuerzos, pero sus tropas (unos 6.000 hombres) fueron alcanzadas hacia el mediodía junto a Villalar y derrotadas fácilmente por la caballería realista (compuesta por unas 500 o 600 lanzas, es decir, encabezadas por las mesnadas de unos 600 nobles), en medio de la lluvia que caía en esos momentos y de la desbandada general de los rebeldes. Los principales dirigentes comuneros (Juan Bravo, Francisco Maldonado y el propio Padilla) fueron apresados y, al día siguiente, ajusticiados en la plaza de Villalar, lo que habría de suponer el fin de la revuelta. Sólo la ciudad de Toledo, a cuyo frente se encontraba la viuda de Padilla, María Pacheco, resistió aún durante seis meses. [3]

Consideraciones Jurídicas y/o Políticas

Recursos

Notas y Referencias

  1. Información sobre Revuelta y guerra de las Comunidades de la Enciclopedia Encarta
  2. Información sobre La Guerra de las Comunidades basada en la obra «Servicios Públicos Municipales», de Jorge Fernández Ruiz (INAP, México, D.F.)
  3. Información sobre batalla de villalar de la Enciclopedia Encarta

Véase También

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