Felipe II

Felipe II de España en España en España

Aquí se ofrecen, respecto al derecho español, referencias cruzadas, comentarios y análisis sobre Felipe II. [aioseo_breadcrumbs][rtbs name=»derecho-home»] Ningún rey de España ha sido tan denostado como Felipe II. La razón es obvia, fue el soberano más poderoso de su tiempo, regía un imperio mundial y por tanto tenía enemigos en todo el mundo, o todo el mundo era su enemigo.

No solamente venció al Turco en Lepanto y combatió sin cuartel a los protestantes sublevados en los Países Bajos, también le hizo la guerra al Papa, y el duque de Alba habría asaltado Roma si Paulo IV no se hubiera humillado ante el español. Invadió varias veces Francia y ocupó París durante cuatro años con intención de hacer reina de Francia a su hija Isabel Clara Eugenia; fue rey de Inglaterra hasta que murió su esposa, María Tudor, y luego intentó invadirla con la Armada Invencible; impuso manu militari su mejor derecho dinástico a la corona de Portugal y sus Indias, agregándolos a la monarquía española que así llegó a la India, Malasia y China.

También se enfrentó a graves conflictos en España, empezando por su propia casa: encarceló por desleal a su hijo y heredero, don Carlos, que murió en prisión, y el enfrentamiento con su mano derecha, el secretario de Estado Antonio Pérez, terminó con un conato de sublevación de la corona de Aragón. Fue precisamente Antonio Pérez quien proporcionó informaciones a los enemigos de Felipe II, dando origen a la Leyenda Negra.

La Leyenda Negra configuró un personaje siniestro, el Demonio del Mediodía, que el Romanticismo aprovechó y convirtió en tenebroso en el Don Carlos de Schiller y en la ópera de Verdi. Los viajeros románticos que visitaban España alimentaban esa imagen al ver un Escorial que, tras el expolio y la destrucción de los franceses, estaba abandonado y decadente. En España se asumió este tópico y para el pensamiento progresista Felipe II ha sido el paradigma de la España Negra, de la intolerancia religiosa y el despotismo político, “un fanático sentado como una araña negra en sombría celda del Escorial”, en frase del inglés J.H. Plumb.

Sin embargo la Historia es siempre compleja, no admite las simplificaciones maniqueas. No se puede despachar una figura histórica de la importancia universal de Felipe II con versiones de la parte adversaria, como tampoco son de fiar los panegíricos de sus cortesanos. Dejando para otra ocasión los juicios sobre las actuaciones políticas de Felipe II, ahora nos interesa contrastar esa idea de “la araña negra del sombrío Escorial”, con las aficiones artísticas de un monarca que nos ha legado un gran tesoro, estimulados por la exposición del Palacio Real Del Bosco a Tiziano, arte y maravilla en El Escorial (ver recuadro).

Felipe II fue el primer rey español coleccionista de arte. Aunque Isabel la Católica tenía retratos y pinturas religiosas de pintores flamencos e hispano-flamencos, y Carlos V le encargó muchos cuadros a Tiziano, hasta Felipe II no hubo un monarca realmente aficionado al arte, con un gusto definido y un afán de coleccionista que seguía el modelo de los príncipes mecenas renacentistas.

Unificación de Portugal

Las Cortes portuguesas, reunidas en el monasterio de Tomar, le proclamaron rey Felipe I de Portugal un 16 de octubre de 1581. Era la culminación de la estrategia matrimonial de los Reyes Católicos para unificar la Península Ibérica.

Y también era el final de la más brillante jugada de la política exterior española, que tuvo a la vez algo “de herencia, de conquista y de compra”.

La política de enlaces de los Reyes Católicos logró unir las coronas de Castilla, Aragón y Navarra, pero querían más, reunir a la Hispania romana, y echaron sus redes nupciales en el vecino Portugal. Harían falta un siglo, ocho bodas y un considerable embrollo de parentescos (véase el árbol genealógico, muy simplificado) para recoger la pesca.

La tercera generación, Felipe II y Juana, hijos de Carlos V y de Isabel de Portugal, se casaron con los hijos de João III de Portugal, María y Juan.

Desamor

No fueron muy felices estos matrimonios. María no era precisamente guapa ni a los 17 años, y el joven Felipe buscaba fuera de casa lo que no le satisfacía dentro. La princesa lusa le lloraba a su padre y éste le escribía a Carlos V –su consuegro, triple cuñado y sobrino– trasladando las quejas de “desamor”.

“Cuando están juntos, parecía que [Felipe] estaba por fuerza, y en sentándose, se tornaba a levantarse e irse”, le detallaba enojado el rey portugués a Carlos V, dándole también noticia de que el joven Felipe se había echado una amante en Cigales con la que tenía un hijo. María duró poco, falleció de parto cuando tuvo su único hijo, don Carlos.

Tampoco Juana disfrutó mucho su matrimonio; quedó viuda cuando estaba embarazada del primer hijo. El niño, don Sebastián, fue rey de Portugal desde los 3 años, y se pensó incluso en que fuera rey de España, en vista de la muerte de don Carlos, pero el joven monarca portugués tenía la cabeza a pájaros, y no se le ocurrió más que irse de cruzada a África.

En Alcazalquivir don Sebastián encontró la épica que su ardiente corazón le reclamaba, la batalla de los Tres Reyes, la única de la Historia en la que han muerto tres monarcas, dos marroquíes y uno portugués. Don Sebastián se convirtió en leyenda –muchos portugueses negaban que hubiese muerto y periódicamente aparecían seudo-Sebastianes, falsarios o locos que reclamaban el trono–, pero dejó a la dinastía lusitana en vías de extinción.

Le sucedió un anciano tío que además era clérigo, el cardenal don Enrique. Como era impensable para don Enrique tener hijos, convocó a los posibles herederos y nombró una comisión, los Cinco Defensores del Reino, para que decidiesen quién tenía mejor derecho.

Pleito

En febrero de 1579 Felipe II recibió del rey-cardenal la “carta de notifi cación” que abría el pleito dinástico. Había cinco “pretensores”, descendientes del rey Manuel el Afortunado. Dos eran príncipes italianos sin ningún peso en Portugal. La duquesa de Braganza era mujer, un handicap en la época. Y el cuarto, don Antonio, era bastardo.

Felipe II era poderoso y vecino, tenía ejércitos y oro, y era el nieto mayor del Afortunado. La alta nobleza apostó por unir su carro al de la primera potencia del mundo, que era España. El arquetipo de ellos fue don Cristóbal de Moura, que realizó una incansable labor convenciendo y comprando a los diputados de las Cortes portuguesas. Tras la muerte de don Enrique en 1580 el bastardo don Antonio se autoproclamó rey de Portugal, pero tres de los cinco Defensores emitieron la Declaração de Castromarim, estableciendo el mejor derecho de Felipe II.

Paralelamente al apoyo de la legalidad, Felipe dio el golpe militar, larga y perfectamente preparado. El duque de Alba invadió Portugal por tierra, y don Álvaro de Bazán por mar. Más que conquista, fue un paseo militar.

Con el país ocupado y los Defensores apoyando al español, las Cortes portuguesas, reunidas en el monasterio de Tomar, se vieron cargadas de razones y doblones para proclamar a Felipe I rey de Portugal. Empezaba el primer acto del Iberismo.

Deja un comentario