Gobierno del Frente Popular

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El gobierno del frente popular (Historia)

El Frente Popular acabó imponiéndose en las elecciones del 16 de febrero de 1936, dejando atrás a la peor organizada coalición de derechas denominada «frente nacional antirrevolucionario», que acusaba una mayor división en su seno, pese a contar con la hasta entonces poderosa Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA).

Manuel Azaña se convirtió tres días después en el nuevo presidente del gobierno. Obra de este gabinete (formado únicamente por miembros de los dos principales partidos republicanos, IR y UR) fueron la amnistía para los presos de la Revolución de Octubre de 1934, la continuidad de las reformas del primer bienio republicano y la nueva puesta en vigor del Estatuto catalán de autonomía. En abril, las Cortes depusieron al presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, sustituido interinamente por Diego Martínez Barrio hasta que, un mes más tarde, Azaña fue elegido para sucederlo como tal. Ello obligó al recambio de Azaña en la presidencia del gobierno, lo cual tuvo lugar a mediados de ese mes de mayo, cuando el que fuera ministro de Obras Públicas, Santiago Casares Quiroga, pasó a desempeñar la jefatura del gabinete.

La coalición frentepopulista hubo de enfrentarse al levantamiento militar del 18 de julio de 1936 que originó la Guerra Civil (1936-1939). Para ello, Azaña nombró presidente del gobierno a Martínez Barrio el día 19, pero éste no llegó a formar gabinete y, en esa misma jornada, ocupó la jefatura gubernamental José Giral y Pereyra. Los avatares bélicos del conflicto y, sobre todo, las cuestiones estrictamente políticas llevaron a la formación de dos nuevos gobiernos frentepopulistas encabezados ya por miembros del PSOE, en los cuales tuvieron entrada asimismo comunistas e, incluso, militantes de la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Así, los dos últimos gobiernos del Frente Popular, anteriores a la victoria definitiva de las fuerzas lideradas por el general Francisco Franco en abril de 1939, estuvieron presididos por los socialistas Francisco Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937) y Juan Negrín. Con el final de la experiencia frentepopulista concluyó asimismo la propia II República española. [1]

Año 1936

El resultado electoral de una consulta con alta participación (casi 10 de los 13,5 millones de votantes acudieron a las urnas) fue un apretado triunfo del Frente Popular sobre sus oponentes por escasa mayoría (unos 200.000 votos) que, en virtud de la ley electoral, significaba una mayoría absoluta de escaños en el Parlamento: 278 escaños frente a 124 de las derechas. Sin embargo, el panorama no era tan idílico porque los diputados frentepopulistas estaban repartidos entre 18 partidos y solo 2 de ellos (el PSOE y la Izquierda Republicana de Azaña) superaban los 80 escaños.

En el consiguiente contexto de crisis sociopolítica y desconcierto de las derechas, Azaña volvió de inmediato al poder y formó un gobierno exclusivamente de republicanos (habida cuenta de la oposición largocaballerista a una nueva colaboración del PSOE con los azañistas) que nominalmente tenía el apoyo parlamentario de todos los partidos del Frente Popular. Desde el primer momento, el nuevo gabinete puso en marcha con renovada energía todas las reformas anuladas o paralizadas en el bienio anterior, en un contexto de amplia movilización obrera y jornalera y de creciente intensidad de la crisis económica. Buena prueba de la nueva disposición activa del gobierno fue su actitud respecto a la truncada reforma agraria: si bien hasta octubre de 1934 la ley de 1932 solo había expropiado unas 89.000 hectáreas de tierra —en las que se habían asentado unas 8.600 familias campesinas—, entre marzo y julio de 1936 se expropiaron más de medio millón de hectáreas y se asentaron más de 100.000 familias jornaleras. Igual decisión se apreció en el restablecimiento de la legislación laboral progresista, en la restitución de poderes a la Generalitat, etcétera.

Enfrentadas a esa enérgica voluntad reformista de un gobierno imbatible en las Cortes, las fuerzas derechistas reprocharon crecientemente al gobierno y al Frente Popular estar abriendo las puertas a la revolución social. Y, en el consecuente proceso de polarización transitado a lo largo del primer semestre de 1936, todos los partidos de la derecha fueron fijando sus esperanzas de frenar las reformas por medio de una intervención militar similar a la de 1923. Calvo Sotelo, que pugnaba con éxito con Gil-Robles por el liderazgo derechista, expresó a la perfección esta esperanza en un famoso discurso electoral en el que afirmó:

«Hoy el Ejército es la base de sustentación de la Patria. Ha subido de la categoría de brazo ejecutor, ciego, sordo y mudo a la de columna vertebral, sin la cual no es posible la vida […]. Cuando las hordas rojas del comunismo avanzan, solo se concibe un freno: la fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares —obediencia, disciplina y jerarquía— a la sociedad misma, para que ellas desalojen los fermentos malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido al patriotismo que lo impulse.»

Y, efectivamente, desde marzo de 1936 fue extendiéndose en el seno del ejército, entre el generalato y la oficialidad más conservadora, una amplia conspiración que tenía como finalidad preparar un golpe militar para acabar con el gobierno de Azaña y atajar lo que percibían como un peligroso deslizamiento hacia la revolución social y la desintegración nacional. El director de la conspiración era el general Mola (al mando de la guarnición de Pamplona) y tomaban parte en la misma generales monárquicos (como Varela o Fanjul), republicanos conservadores (como Cabanellas o Queipo de Llano) o simpatizantes de la CEDA progresivamente radicalizados, como el general Franco. Esta toma de la iniciativa política por parte de los generales contó con la aceptación de todas las fuerzas derechistas: tanto carlistas como alfonsinos, cedistas e incluso el pequeño partido fascista español, la Falange (dirigida por el hijo del dictador, José Antonio Primo de Rivera), acabaron reconociendo que era el ejército, con sus generales al frente, el que tenía el protagonismo operativo y la dirección política del inminente asalto violento contra el gobierno reformista.

Mientras en las filas de la derecha se llevaba a cabo esta unificación de estrategias en torno a los mandos militares conjurados, en las filas de la izquierda se experimentó el proceso justamente contrario. La precaria unidad electoral del Frente Popular fue desintegrándose en los meses posteriores. La CNT, una vez liberados sus presos con la amnistía, reanudó su línea insurreccional contra el Estado, fuera cual fuera el gobierno de turno, y encabezó una oleada de huelgas obreras y jornaleras muy amplia en toda España. Por su parte, el PSOE y la UGT agudizaban su división entre moderados prietistas, que dominaban el partido y querían entrar en el gobierno para reforzarlo, y radicales largocaballeristas, que apostaban por la presión desde la calle para arrebatar a la CNT el protagonismo reivindicativo. En medio de esta división interior de las izquierdas, de la protesta jornalera y de las huelgas obreras, en mayo de 1936 Azaña fue elevado a la presidencia de la República (previa destitución parlamentaria de Alcalá-Zamora) y el gobierno quedó a cargo de otro republicano, Casares Quiroga, que mantuvo la misma línea gubernamental.

La creciente tensión política de la primavera de 1936 empezó a manifestarse mediante enfrentamientos callejeros entre escuadrones de la Falange y milicias de los partidos de izquierda, que crearon una oleada de violencia callejera que constituyó el ambiente propicio para justificar, ante amplios sectores sociales conservadores, la necesidad de un golpe de Estado militar como única alternativa frente al peligro del caos. En esta crítica coyuntura, el 12 de julio de 1936 fue asesinado por pistoleros falangistas el teniente Castillo, de simpatías socialistas, que estaba al mando de la Guardia de Asalto en el centro de Madrid. Como represalia por ese asesinato, al día siguiente, miembros de su unidad detuvieron y asesinaron a Calvo Sotelo. Aprovechando la conmoción causada por ese crimen brutal, que evidenciaba la falta de disciplina en el cuerpo de la Guardia de Asalto, el 17 de julio comenzó la sublevación militar, planeada desde marzo y ya definitivamente configurada en sus pormenores a la altura de junio de 1936.

Autor: Enrique Mora/diellos

Recursos

Notas y Referencias

  1. Información sobre frente popular el gobierno del frente popular de la Enciclopedia Encarta

Véase También

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