Reyes Católicos

Reyes Católicos en España en España

Aquí se ofrecen, respecto al derecho español, referencias cruzadas, comentarios y análisis sobre Reyes Católicos. [aioseo_breadcrumbs][rtbs name=»derecho-home»] Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, cuyo matrimonio (1469) llevó a la unificación de España, de la que fueron los primeros monarcas. Aunque se empleaba antes, la denominación Católicos se les confirió formalmente en una bula publicada por el Papa Alejandro VI en 1494, en reconocimiento a su reconquista de Granada por parte de los moros (1481-92), a sus descubrimientos del Nuevo Mundo (1492), y al fortalecimiento de la iglesia por parte de organismos como la Inquisición española y a medidas tales como obligar a los judíos a convertirse al cristianismo o a enfrentarse al exilio (1492). El título de Católicos fue posteriormente transmitido a los sucesores de Fernando e Isabel.

Autor: Black

Diego Colón (c. 1482-1526) en la corte de los Reyes Catolicos (Historia)

Desde 1494 hasta 1497, Diego Colón vivió en la corte como paje al servicio del príncipe don Juan, heredero de los Reyes Católicos. Allí coincidió con grandes amigos y protectores de su padre, como el maestro del príncipe, fray Diego de Deza; y doña Juana de Torres, el ama del príncipe y mujer de toda confianza del descubridor. El maestro de los pajes y nobles de la corte era el humanista Pedro Mártir de Anglería. Muerto el príncipe don Juan (4 de octubre de 1497), Diego fue nombrado en 1498 paje de la reina Isabel I la Católica. Durante los años siguientes, residió en la corte, y en ella vivió el fracaso colombino. A partir de 1502, fue encargado por su padre para reclamar insistentemente los privilegios perdidos, especialmente el virreinato y la gobernación. Fue el portador, en 1506, de una carta de Cristóbal Colón para los nuevos reyes de Castilla, Juana I y Felipe I el Hermoso, sucesores de la reina Isabel I, fallecida dos años antes. Tras unas jornadas muy accidentadas y después de la muerte de Felipe I el Hermoso, volvió a gobernar Castilla el esposo de Isabel I, Fernando II el Católico, en calidad de regente. [1]

Consideraciones Jurídicas y/o Políticas

Francisco Jiménez de Cisneros Al servicio de los reyes catolicos (Historia)

Sin embargo, su verdadero renombre no llegaría hasta que Isabel I la Católica, informada de sus grandes cualidades, le nombró su confesor y su principal consejero. Años después, en 1495, le propuso y encumbró a la sede de Toledo como dignidad arzobispal, desde la cual trató de corregir las desviadas costumbres del clero secular. Tras diversas y destacadas actuaciones políticas, recibió el capelo cardenalicio en 1507 a instancias de Fernando el Católico, quien también le nombró inquisidor general en esa misma fecha.

Desde su primado, fue albacea testamentario de la reina Isabel y designado como miembro de la Regencia provisional nombrada a la muerte de Felipe I el Hermoso en 1506 (los miembros de la grandeza le nombraron gobernador general del reino). Entonces y desde su cargo político privilegiado, fue uno de los artífices de la vuelta, en 1507, de Fernando el Católico como rey de Castilla. [2]

Consideraciones Jurídicas y/o Políticas

Recursos

Notas y Referencias

  1. Información sobre francisco jiménez de cisneros al servicio de los reyes catolicos de la Enciclopedia Encarta
  2. Información sobre diego colón (c. 1482-1526) en la corte de los reyes catolicos de la Enciclopedia Encarta

Véase También

Otra Información en relación a los Reyes Catolicos

2 comentarios en «Reyes Católicos»

  1. Sobre el libro «Isabel La Católica. Homenaje en el V centenario de su muerte»: Llama la atención, en primer lugar, lo pretencioso del subtítulo. ¿Un homenaje a Isabel La Católica? ¿Por qué tal acontecimiento? ¿Merecen los protagonistas de nuestra Historia tales actos? ¿Por qué ella sí y otros no? ¿En qué calidad de qué se constituyen los homenajeadores? ¿Quiénes son ellos? Hay una costumbre hispánica que consiste en celebrar cualquier cosa una vez que en el calendario se cumplen los cinco, diez, veinte y así sucesivamente años de cualquier evento. Incluso hay una especie de comisión de fiestas oficial para dar dinero (nuestro dinero) para tales acontecimientos. No somos amigos de personalismos históricos y tan merecedora de un homenaje es la reina católica, como el rey católico o los sucesivos reyes que en esta tierra han sido. Simplemente parece que una cuestión de fechas es la que justifica el homenaje. Pero ante esos actos, que suelen referirse siempre a personas vivas, se cuestionan dos cosas: la categoría del que es homenajeado y la de quienes articulan el invento. Protagonismo histórico no le falta a la reina católica, pero ningún personaje es ser aislado de su tiempo, fruto de un individualismo histórico exacerbado. Todo lo que nace, nace en el seno de algo y por ese algo resulta influenciado. Todos, decía Ortega, somos lo que somos y somos nuestras circunstancias. Y más importante para examinar lo que fue Isabel es el contexto en que nace, crece y muere que la propia biografía al uso. La cronología es necesaria, pero las fechas son finalmente convencionalismos que creamos para ordenar y sistematizar. Con esto se quiere decir que lo realmente relevante no es Isabel en sí misma considerada, sino el tiempo convulso que le tocó vivir, que pasa a un segundo plano y apenas se esboza. La reina parece dirigir o imponer siempre sus destinos y los del reino. E. H. Carr llamaba a esto la teoría de la “nariz de Cleopatra” (3), que nos acaba reconduciendo al personalismo más absoluto y también más absurdo. Por otro lado, los que homenajean se erigen a sí mismos, sin modestia, en voces autorizadas de una sociedad que parece reclamar ese acto emotivo. Lo cierto es que la calidad de las colaboraciones, salvo honrosas excepciones, hace del mismo una auténtica faena de aliño, para cumplir y poco más, movida más por el deseo de publicar cualquier cosa, que por la rigurosidad, escudándose en el “homenaje” como panacea que todo lo cura y que todo lo disculpa.

    En el prólogo, que no lleva firma, se habla de una “sagrada obligación para los historiadores de ser objetivos”, cosa que no se acaba de entender bien. El historiador, en cuanto que reconstructor del pasado, no puede hacerlo de modo absolutamente fidedigno porque dispone de medios limitados y ello implica una imposibilidad de partida para rehacer el pasado tal y como aconteció. Ranke ha sido superado hace mucho tiempo. No es posible separar sujeto y objeto del conocimiento histórico. Todo historiador, decía Croce, es historiador contemporáneo, por lo que la objetividad histórica es impensable, salvo que se parta de una inocencia a la que ya nos referíamos. El historiador ha de ser, a lo sumo, imparcial (siempre que pueda) y, sobre todo, plural, en cuanto al manejo de las fuentes (cuantas más utilice, mejor). Nada más y nada menos. Ser objetivo en Historia es propósito de locos o de imbéciles. Y esa misma objetividad que se reclama es traicionada en las mismas páginas del prólogo cuando se introduce un tufillo católicoide para expresar e indicar el modo en que debe ser entendida y juzgada la reina católica, poniendo de relieve su carácter religioso, su “extraordinaria dimensión espiritual”, la fe que lo mueve todo y que lo explica todo, con lo que tenemos que prescindir de otros enfoques para aproximarnos a la reina. Parece deducirse eso del contenido de los trabajos, en los que se diseña un mundo armónico, sin conflictos internos, sin crisis económicas y sociales, donde la religiosidad lo arreglaba todo, la justicia reinaba y la paz no era solamente un deseo. La espiritualidad de la reina servía para un roto y para un descosido, lo mismo para colonizar América que para conquistar el norte de Italia. Interpretación simplista que parece sacada del expediente vaticano. Se toma aquello que sirve para justificar la canonización de Isabel, su sola dimensión espiritual, rechazando sus condiciones materiales y todo el mundo exterior a los rezos de la propia Isabel que parece ser que nada contaron en su reinado.

    Responder
  2. También sobre el libro “Isabel La Católica. Homenaje en el V centenario de su muerte”: Comienza los trabajos la profesora Beatriz Badorrey (“La libertad del indio y los fines de la empresa americana”, pp. 11-29), que no nos ofrece nada nuevo bajo el sol. Copiando mal, ha recogido simple y llanamente los trabajos clásicos de Hanke, García-Gallo, Rumeu de Armas, Zavala, Dougnac, los textos colombinos más relevantes y algunos testimonios de la reina Isabel, para mostrar más de lo mismo a través de un repertorio de fechas ya manidas y ya conocidas. Es decir, nada que no se sepa. Reproduce, que no plagia, las opiniones de tan egregios autores, acudiendo al recurso tímido y cobarde del “como opina”, “como apunta”, “como dice”, sin que nada de propia cosecha se deje traslucir en las líneas de su trabajo. Reflexiones propias no existen. Todo se justifica acudiendo a la autoridad. Hay omisiones: por ejemplo, el último (y polémico) trabajo de Bartolomé Clavero, sobre el genocidio americano, que no aparece ni por asomo. Se compartan o no las tesis del profesor sevillano, merece ser citado por lo novedoso de su visión. Abundan los lugares comunes, repetimos, tomados de otros (cita al Hostiense o a Egidio Romano, pero sin su consulta directa), en un discurso en el que se emplea el término “colonia” de forma indiscriminada (lo que nos lleva a preguntarnos de nuevo si las Indias Occidentales fueron realmente colonias), en p. 20, lo mismo que el término “español”, o eufemismos del tipo “propuestas ideológicas occidentales”, en p. 21, con el que se quiere aludir a la labor de conquista, sometimiento y destrucción que en buena parte acompañó los primeros años de la presencia castellana en América. Lo que se hizo con los indígenas del Caribe, ¿fue realmente la exposición de una propuesta ideológica occidental? ¿Pizarro se caracterizó por su tendencia al diálogo y a la reflexión conjunta con los incas? ¿Cortés propuso a Moctezuma el modelo de pensamiento occidental? ¿Hizo Pedro de Valdivia lo propio con los araucanos? La lista de los conquistadores dialogantes es infinita y el talante parece no ser un reciente invento de nuestro egregio presidente del gobierno, sino que ya se estilaba siglos atrás. Con esto no se quiere decir que la población indígena viviese en la Atenas de Pericles, en paz y armonía, pero es preciso un mayor esfuerzo intelectual y llamar a las cosas por su nombre, sin recurrir a palabras exculpatorias. Unas conclusiones que no son tales, puesto que reproducen lo desarrollado en el texto culminan este trabajo vacío y superficial. Lo peor es que la temática se repite, como ya se verá.

    Juan Carlos Domínguez Nafría ofrece una visión de la política de los Reyes Católicos en relación a los judíos, en su trabajo “Inquisición y cierre de las aljamas en 1480: el caso de Murcia”, pp. 31-63, que sirve de excusa para dedicar más de la mitad del trabajo al estudio (una vez más) de la Inquisición y a las medidas que aquellos fueron adoptando a lo largo de su reinado (con las Cortes de Toledo, 1480, como momento decisivo) hasta concluir en la expulsión de esta minoría religiosa en 1492. El localismo apenas se esboza en una decena de páginas, de las que tampoco se extraen datos novedosos. Un tono también de disculpa, de perdón, puebla el discurso de este trabajo. Mayor relevancia presenta la colaboración de María Dolores Herrero Fernández-Quesada (“Los Reyes Católicos y la artillería”, pp. 65-80), donde se expone uno de los elementos decisivos en la construcción del nuevo poder que pergeñan Isabel y Fernando: el ejército. En su seno, una nueva unidad que desarrollará un cometido de excepción en las campañas granadinas e italianas: la artillería, que desplaza a los antiguos armatostes medievales. Se desgrana el nacimiento de la misma, su inserción en las fuerzas armadas castellanas, su organización interna, en un trabajo lleno de dinamismo y de reivindicación de la importancia de esas nuevas unidades bélicas de cara a la consolidación del nuevo Estado que se crea en el tránsito del siglo XV al XVI, porque la agregación de nuevos territorios y su control solamente podía ser realizada por medio de un control absoluto que vendrían proporcionado por un ejército ya profesional, adaptado a los tiempos y permanente, más del reino que del rey. Ángel David Martín Rubio muestra la más que posible incidencia de un hecho histórico acontecido en tiempos de los Reyes Católicos en la reconstrucción que Calderón de la Barca hace en su conocida obra El Alcalde de Zalamea, a partir de un documento por que se otorgaba perdón regio a Gómez Fernández de Solís (“El contexto histórico de El Alcalde de Zalamea durante el reinado de los Reyes Católicos”, pp. 81-92).

    Responder

Deja un comentario